miércoles, 7 de enero de 2009

La otra política


La gente del MTL me mandó un comunicado sobre una movilización a la embajada de Israel a raíz del conflicto de Gaza. Dice así:
Salva a Gaza

El Movimiento Territorial Liberación se movilizó ayer a la Embajada de Israel para repudiar la agresión criminal que ese Estado perpetúa contra el pueblo palestino.
Junto a otros movimientos sociales, organizaciones de derechos humanos y partidos políticos, las compañeras y compañeros del MTL expresaron ayer su solidaridad con el pueblo palestino y repudiaron la invasión y matanza que está realizando el Estado de Israel en Gaza.
Hoy las noticias hablan de “suspensión de los bombardeos por 3 horas diarias”, para abrir un corredor humanitario, pero “descartan el cese al fuego”. Una vez más la ONU llega tarde, no ha dado la respuesta adecuada ni ha sido capaz de detener la invasión ni garantizar la vida de los niños palestinos, rozando la complicidad con el delito de genocidio que le cabe al Estado de Israel.
El pueblo palestino y sus organizaciones políticas han llamado a la coordinación de sus fuerzas para rechazar la invasión y reducir las pérdidas de civiles palestinos. SALVA A GAZA es un llamado al que la mayoría de los pueblos y las naciones del mundo han respondido con acciones de solidaridad, de movilización y denuncia.

viernes, 26 de diciembre de 2008

A modo de conclusión

Si bien está sustentada en una concepción clara sobre la autogestión, que se acerca más a la del Marxismo, como una etapa de asociación de obreros dentro del sistema capitalista, que a la del anarquismo que la ve como una solución más radical y ajena a ese sistema, la experiencia que el MTL llevó a cabo en Monteagudo surgió en la práctica, como evolución natural del trabajo que el movimiento realizó en la ciudad de Buenos Aires para paliar los problemas de vivienda de sus integrantes.
La coyuntura política de un gobierno nacional y local dispuestos a contemporizar con las organizaciones piqueteros y la sanción de una ley de autogestión de vivienda, impulsada por varias organizaciones que trabajan en el tema desde principios de los 90, hicieron posible que los militantes del movimiento pudiesen agruparse en una cooperativa y comenzar a construir un complejo habitacional, que además de solucionar sus problemas de hábitat palió, al menos por el tiempo que duró la obra, sus necesidades de trabajo.1
Pero la cooperativa Emetele parece haber excedido el marco de una experiencia concreta de autogestión, y ha buscado cierta continuidad en el tiempo ya sea a través de sus proyectos propios como el nuevo complejo que diseñará el arquitecto Estrella, como a partir de su incorporación en diversas obras como empresa constructora. En ese mismo sentido la obra de Monteagudo no sólo ha permitido que en conjunto los gestores del proyecto adquiriesen experiencia en gestión e incluso un capital de trabajo constituido por herramientas y maquinaria, sino que, a nivel individual, cada operario logró adquirir una experiencia y capacitarse en ciertos saberes que pueden servirle para reinsertarse en el mercado laboral ya sea dentro o fuera de los proyectos de Emetele. En este sentido resulta interesante destacar la cantidad de mujeres que han participado del proyecto incluso en tareas poco habituales para el sexo femenino como albañilería, plomería y herrería.
Por último el hecho de que el barrio se haya construido en Parque Patricios, y que contemple la posibilidad de que los patios y los lugares de recreación estén abiertos a la gente de la zona tiene que ver con la necesidad de inserción barrial del movimiento como estrategia política, por un lado, pero también con una necesidad de encontrar un lugar de pertenencia de sus integrantes, de encontrar una identidad. El sociólogo Denis Merklen ya explicó la gravitación que adquiere el barrio en los movimientos sociales de desposeídos:
“A medida que la deficiencia institucional se extiende y que aumenta el número de individuos que no encuentran soportes suficientes en el mundo del trabajo, la inscripción territorial gana importancia. El barrio se presenta como un lugar privilegiado para la organización de solidaridades y cooperaciones, base de la acción colectiva y fuente de la identificación: ante la desagregación de las identidades profesionales, el lugar de residencia aparece como una fuente identitaria e incluso en algunos casos como fuente de prestigio”.1
Quizás podría postularse que en esta coyuntura barrial se da en pequeña escala el tránsito hacia una economía social, hacia un sistema distinto. “la importancia de los movimientos sociales y de las iniciativas populares de autoorganización no deriva de la cantidad de pobladores que integran sino de su capacidad de representar problemas y puntos de vista de un grupo o sector que tiende a revolucionar lo cotidiano a raíz de las modalidades que asume su participación. 1
En cuanto a las estrategias de acceso al Plan de Autogestión de vivienda y de ejecución de la obra que han constituido uno de los objetivos de este trabajo, no se han detectado más irregularidades que la demora en la tramitación de los créditos y la arbitrariedad en la concesión del crédito y la arbitrariedad que puede verse como equivalente al clásico “favores por votos” que describió Javier Auyero como característico de las relaciones políticas en las clases bajas, o, que tiende a estar ligada con la capacidad de movilización y de presión que tienen los piqueteros. 2 Sin embargo, resulta un dato incontrastable que el Programa de Autogestión de vivienda gestado a partir de una ley de febrero de 2000 podrá exhibir su primera obra terminada recién en los primeros días de febrero, es decir siete años más tarde.

Anclaos en Patricios

El surgimiento de un enclave piquetero en Parque Patricios no pasó desapercibido para la gente de la zona. El mismo movimiento se ha encargado de hacer notar su presencia estableciendo vínculos con instituciones arraigadas en Patricios como la murga Pasión Quemera, que sigue a sol y a sombra al club de fútbol Huracán, el más emblemático del barrio.
Incluso como en el barrio hay muchas casas abandonadas y galpones y las propiedades tienen menor costo que en la zona norte de la ciudad el fenómeno de las cooperativas de vivienda podría extenderse. De hecho la esquina de Iguazú 732 en diagonal al complejo Monteagudo ya fue comprada por 15 familias que integran la cooperativa de vivienda Desde el Pie.
Pero la presencia de la obra piquetera ya comenzó a generar conflictos. “A veces hacen mucho ruido. Se juntan acá para salir a distintas manifestaciones. Es como tener un piquete enfrente de casa” se queja Mariela Bonadeo, una vecina de la zona mientras pasea por la calle Iguazú. “A mí lo que me preocupan es que si se mudan 300 familias no van a dar abasto las guardias de los hospitales de la zona. Y ni que hablar de las escuelas. Este es un lugar tranquilo. No está preparado para que venga tanta gente”, analizó Patricia Flores, una ex legisladora socialista que vive en Jujuy y Caseros. 1
En cambio, Miguel Angel Peñaloza, integrante de la agrupación Vecinos Autoconvocados del Sur, surgida en la época de las asambleas barriales, cree que “la inserción de nuevos habitantes podría generar la reactivación de los pequeños comercios y el MTL es ya una realidad y trabaja para solucionar las necesidades socioeconómicas de la comunidad”. Según Peñaloza, la necesidad de ampliar la oferta educativa sobre todo en cuanto a colegios de educación media existía en la zona mucho antes de que comenzase la obra de Monteagudo: “Negarles la inserción me parece que orilla en el prejuicio”. Sin considerar esa posibilidad, en octubre una maestra de la zona se preguntaba en una carta de lectores del diario La Nación dónde van a estudiar los niños piqueteros, ya que las instituciones educativas del barrio ya están colapsadas.1
Estas expresiones de rechazo a la instalación del movimiento social en el barrio no son ejemplos aislados. La ex ministra de Trabajo Patricia Bullrich y el diario Infobae manifestaron su disconformidad con el fenómeno y aseguraron que la presencia de piqueteros en la zona desvalorizaba las propiedades.2 Por el momento, ninguno de los responsables de las dos inmobiliarias más grandes de la zona: Eduardo Puebla y Guariniello, pudieron confirmar una baja en los precios de terrenos y construcciones. “Es cierto que hay gente que va a comprar alguna casa en la zona y se inquieta si uno le dice que quienes van a vivir ahí van a ser piqueteros. Pero el complejo es de ladrillo a la vista, muy lindo, y esas manzanas que eran un galpón abandonado ahora están muy bien iluminadas. Creo que si los vecinos se sobreponen a los prejuicios van a ver que Patricios está mejor”, asegura Oscar del Fiore, asesor inmobiliario de Guarinello.
Desde el Instituto Gino Germani de la Universidad de Buenos Aires Astor Masetti tiene una explicación para estas actitudes: “La sociedad argentina se ha derechizado muchísimo. Y el fenómeno piquetero perdió legitimidad en los últimos años. Sin embargo, es probable, que con el trato cotidiano, los vecinos que tengan mayor contacto con los integrantes del movimiento tengan una opinión más positiva que quienes los ven como un fenómeno lejano”, analiza Massetti, arriesgando una hipótesis sobre un intercambio que se dará plenamente cuando las familias del MTL sientan el barrio como propio.
Para empezar a hacerlo la gente del MTL ya organizó varios festivales donde hubo rock, candombe y teatro en escenarios callejeros y acaricia el sueño de convertir el viejo tanque de agua que es un símbolo de la fábrica que funcionó en el lugar, en la plataforma de una antena de transmisión de una radio comunitaria que difunda noticias, historias y problemas de Parque Patricios. Incluso han diseñado el complejo de modo tal que se pueda reabrir al tránsito el tramo de calle José C. Paz que va entre Monteagudo e Iguazú, y parte al medio el predio. Tal vez entonces sí haciendo oír su voz en el barrio, las familias piqueteros se sentirán realmente en casa.

Planes y más planes

Con la obra de Monteagudo terminada, y otra poniéndose en marcha en un terreno vecino, la gente del MTL apuesta a darle una continuidad a la cooperativa constructora. “300 viviendas no solucionan el problema de vivienda de todos los compañeros, ya que son más de 1200 las familias sin techo, así que tenemos que seguir construyendo en el marco de la autogestión con el programa del Instituto de Vivienda de la Ciudad. Sino va a tener que venir el Jefe de Gobierno Jorge Telerman a distribuir el mismo los departamentos para que no nos peleemos entre nosotros”, amenaza Carmen Cirano. Ella sabe que su argumento se parece bastante a un chantaje, pero eso no le genera ninguna culpa. Es un tema que han discutido bastante e incluso llevaron a una reunión en la sede del Gobierno porteño a fines de agosto de 2006.
“La idea es trasladar este proyecto al interior del país, a lugares como Chaco, Jujuy o San Pedro, en la Provincia de Buenos Aires, y también al Sur de la Argentina. Pero también replicarlo en la ciudad de Buenos Aires porque la demanda habitacional es muy grande. Sólo para solucionar el problema de los compañeros necesitaríamos tres o cuatro Monteagudo”, justifica Chile. Pero la cooperativa también busca posicionarse como empresa constructora para que quienes trabajen en ella encuentren una continuidad laboral. Ya se inscribió como proveedora del Gobierno porteño y se presentó a varias licitaciones. En abril de 2006 perdió frente a Green, una firma de San Luis, para levantar un complejo de diez torres de nueve pisos para el Instituto de la Vivienda en Villa Lugano. Pero, después de analizar los costos, la empresa puntana decidió subcontratar a la cooperativa piquetero para llevar adelante la obra. “Es un orgullo participar en un emprendimiento que, más allá de lo económico, tiene una razón social” explicó Carlos Amprino, titular de la empresa el día de la firma del convenio, aunque aclaró que sólo consideraron la posibilidad de trabajar con el MTL, después de ue el mismo Instituto de la Vivienda les sugirió que se acercasen a ver la obra de la calle Monteagudo.1
Según los datos que revelan tanto el Instituto de Vivienda como Green, el primer contrato que firmó la cooperativa Emetele fue de 13 millones de pesos. En él los piqueteros de comprometieron a poner trabajadores y maquinarias para construir las torres. Pero el presupuesto que tiene la obra es de un total de cuarenta millones de pesos. Semejante diferencia no pasó desapercibida por el Polo Obrero, el brazo piquetero del Partido obrero, que emitió un comunicado titulado “El MTL, de piquetero a subcontratista”. “El MTL ha constituido una de las formas clásicas del fraude laboral, que describe la Ley de contrato de trabajo: disimular la relación de dependencia bajo la forma ilegal de la cooperativa de trabajo El MTL ha dejado de ser una organización obrera que lucha por las reivindicaciones, como parte de una lucha de clases contra el capital; es un subcontratista”, acusa uno de los dirigentes del PO, Néstor Pitrola. Consultado sobre su punto de vista, Pitrola declinó profundizar las acusaciones, remitió a otros dirigentes del movimiento que prefirieron no dar más explicaciones y remitieron al comunicado partidario. ”La cooperativa de trabajo del MTL en Green cobrará el monto fijo estipulado, los 13 millones, para ejecutar una obra que costará decenas de millones. Los compañeros no podrán reclamar aumentos ni hacer paros, como podrían hacerlo en cualquier obra en construcción. Están a merced del costo de vida. Son responsables de su propia seguridad, porque aunque haya cláusulas están impedidos de ejercer el control obrero y organizar la lucha”, dice el texto.1
“Acá todo se resuelve en asamblea. Hace unos meses votamos que íbamos a trabajar los sábados para adelantar el trabajo. Pero, ojo, que eso se está pagando como horas extras que a nosotros nos vienen muy bien. Acá tenemos ART, tarjeta de débito para cobrar el sueldo y la posibilidad de una continuidad laboral, que no se da si vos entrás a trabajar en cualquier obra en construcción”, desmiente Beto González, mientras acepta a desgano un reto de Chile por transitar por la obra sin el casco reglamentario.
Como si las críticas no le importasen, el MTL también realiza una construcción de menor envergadura, para otra empresa privada: una decena de departamentos en Parque Avellaneda. Allí trabajan 70 personas supervisadas a la distancia desde Monteagudo, que reciben comida caliente que les llega diariamente en envases herméticos desde la cocina de Parque Patricios. “Un día la policía paró a la camioneta que llevaba los tupper, y la gente protestaba porque se le enfriaba la comida”, cuenta Cirano acostumbrada a los contratiempos.
Los dirigentes definen al MTL como un movimiento muy joven que extendió sus proyectos a 17 provincias e involucró a unas 30 mil personas. Pero ninguno de ellos llegó premeditadamente sino que fueron surgiendo al calor de las necesidades: Así lo relata Chile: “Empezamos a hacer autogestión buscando la supervivencia. La pelea es esta por recuperar la cultura del trabajo, por ende el trabajo siempre comienza por la producción. Criamos conejos, criamos chanchos, riamos gallinas. Tenemos huertas, tenemos fábrica de juguetes de madera. Tenemos tejedoras. Hemos exportado prendas a Italia de las compañeras que tejen en Jujuy Salta. Hemos abierto cientos de comedores y eso nos genera muchísimas obligaciones”.
Pero aunque los proyectos se multipliquen la gente del MTL reivindica a Monteagudo como el comienzo. “Esta es la primera experiencia de vivienda. Y con esta magnitud y esta modalidad que no reconoce antecedentes en América. Porque lo que tenemos acá es una organización social que administra recursos estatales y que garantiza que esos recursos vayan a quién estaba predeterminado, a las familias necesitadas”, sintetiza Chile para quien pertenecer al partido comunista y gestionar programas del Estado no son cuestiones antagónicas. “Todas las luchas son reformistas en esencia. Lo que hay que entender es que el Estado en el modelo neoliberal no es un ente monolítico, tiene profundas fisuras y en el marco de esas fisuras se pueden resolver la apropiación de recursos que en todo caso son propios, son del pueblo”, analiza con una seguridad admirable trasmitiendo argumentos que se debatieron cientos de veces en el seno de la organización. “Quienes presuponen que las necesidades de la gente esto se puede resolver en el marco de un berrinche de adolescentes, pateando tachos de basura por la ciudad, están equivocados. No se resuelve así. Si hay que patear techos, se patean pero lo que se necesitan realmente son propuestas”, dice para que no queden dudas.

Protestas y propuestas

Cumpliendo con una tradición política o simplemente siguiendo un impulso que los llevó a buscar una solución concreta a sus necesidades, muchos de los desocupados que trabajaron en el proyecto Monteagudo ya son propietarios de las casas que construyeron con sus manos. Mientras duró la obra, los miércoles, el patio principal del complejo se convertía en escenario de asambleas multitudinarias donde hombres, mujeres y algunos chicos discutían los criterios para atribuir las viviendas. Entre las variables a tener en cuenta surgieron inevitablemente la cantidad de hijos, la situación de hacinamiento, y que se trate de habitantes de la ciudad de Buenos Aires. Aunque muchos nacieron en alguna provincia del interior, o incluso en países limítrofes los propietarios de las casas de Monteagudo no llegan desde el conurbano. Según sus relatos, la mayoría se acomodan como pueden con sus familias en conventillos o piezas alquiladas en Patricios, la Boca, Pompeya, Montserrat o algún otro barrio del sur. Otros viven en alguno de los asentamientos que se multiplicaron en Buenos Aires en los últimos años.
Ahora que ya pueden disfrutar de sus casas la idea es que cada familia pague la suya (que tendrá un costo aproximado de 42 mil pesos) en cuotas, en un plazo de 30 años. El cálculo es que ninguna pagará más de $ 250 mensuales. Pero en la agenda del MTL la construcción de la calle Monteagudo no ha sustituido el piquete. Sólo obligó a la agrupación a comprimir los tiempos, para seguir participando de los cortes, sin retrasar el avance de los proyectos. Para Beto González, uno de los dirigentes del movimiento se trata de una cuestión de organización: “El derecho a peticionar está en la Constitución y no negociamos un derecho a cambio de otro. Tratamos de rotarnos para que algunos trabajen y otros participen de las marchas. Esta semana hicimos una por la estatización de YPF a la embajada de Bolivia, y otra en recuerdo de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, dos compañeros que murieron en Avellaneda”, contó González en julio de 2006. Por esa época, en plena euforia mundialista, en el complejo no había ningún televisor a la vista, ni siquiera en el comedor, y tampoco se oía la radio, como si los operarios-piqueteros no pudiesen permitirse ninguna distracción. Ante el asombro de los visitantes, la gente del MTL contaba que habían resuelto en asamblea detener el trabajo sólo para los partidos importantes de Argentina. Esos días alguno de los dirigentes traía un televisor de su casa y todos los operarios se congregaban en el comedor envueltos en banderas y gorros celeste y blanco.
Con la obra casi terminada y las invitaciones para la inauguración impresas, con la fecha 5 de febrero de 2007, los militantes seguían percibiendo a la protesta como el único modo de obtener respuestas a sus pedidos. “Necesitamos que Edesur nos ponga los medidores y nos conecte la luz, para hacer la vereda y tener el final de obra. Pero está pedido por los arquitectos hace un mes y medio, y por más que llaman y llaman no vinieron a hacerlo. Incluso intercedió el Ministro de Obras Públicas porteño, Juan Pablo Schiavi, y tampoco logramos la luz. Así que nos fuimos unos cuantos compañeros y cortamos la calle frente al edificio de Edesur, en Montserrat. Hubo un amontonamiento, se rompió un vidrio. Seguro que van a decir que lo hicimos a propósito. Pero en realidad, ante la presión, nos hicieron pasar, y prometieron poner el medidor. Es triste tener que recurrir a estos métodos, pero son los únicos que alguna gente entiende”, analizó una de las dirigentes, a fines de enero de 2007.
La persistencia en la acción de protesta genera una dualidad entre interrumpir el tránsito para hacer demandas al gobierno nacional o de la Ciudad, y administrar recursos de este último para solucionar el problema de la vivienda hace tiempo que ha dejado de generar conflicto en los integrantes del movimiento. “Fue motivo de grandes debates. Se fue dando un proceso de acostumbramiento. En 2000 y 2001 algunos grupos que se transformaron después en piqueteros e integran el Bloque Piquetero, ligado al Polo Obrero, tuvieron que decidir si aceptaban planes sociales o seguían con la cultura típica de la izquierda argentina y decidieron que era necesario reclamar y aceptar políticas públicas para paliar la situación de las capas populares y también para tener la oportunidad para organizarse. Hoy nadie discute que el acceso al recurso es clave para la supervivencia y que las capas sociales quieren organización popular en cualquier instancia”, analiza el sociólogo Astor Massetti, autor del libro Piqueteros. Protesta social e identidad colectiva e investigador del área de Cambio Estructural y Desigualdad Social del Instituto Gino Germani de la Universidad de Buenos Aires.1
“Ahora le pelea no es sólo por la vivienda. Es por recuperar la cultura del trabajo. Y el trabajo siempre comienza por la producción. Nosotros ya criamos conejos, chanchos, gallinas. Tenemos huertas, fábrica de juguetes de madera, tejedoras, un emprendimiento agrario en Chaco, una mina en Jujuy y ahora esta cooperativa que funciona como empresa constructora”, traduce Chile, en palabras de líder, introduciendo un concepto que para las organizaciones parece haberse vuelto casi más importante que el de protesta o solución de necesidades: el de autogestión como camino para la generación de ingresos genuinos. O quizás, como respuesta a la exhortación del ministro Aníbal Fernández quien después de una marcha piquetera criticó a los desocupados por la protesta del viernes: “Tienen que ir a laburar y dejarse de embromar con estas cosas. Aunque no sea trabajo genuino como están buscando, podrían encontrar (trabajo) en cooperativas, en huertas, en panaderías”. 1
Y el camino que se marcó la cooperativa Emetele es el de convertirse en una empresa constructora: De hecho ya trabajan en un par de obras en el Barrio Rivadavia, en el Bajo Flores, y un edificio de departamentos en Parque Avellaneda y fueron contratados por Green, una empresa que ganó una licitación del gobierno porteño para construir viviendas. Incluso, ya acordaron con el Instituto de Vivienda una segunda etapa del complejo Monteagudo que comprenderá otras 180 casas en un terreno cercano. “En realidad llegamos a la autogestión en el marco de la supervivencia, pero quizás puede convertirse en una posibilidad de construir un modelo alternativo”, especula Chile, quien supo ser candidato a legislador porteño por una alianza del Partido Comunista, sin mayor fortuna.

Voces encontradas

Sin embargo, otros grupos y cooperativas dedicadas a la autogestión han tenido experiencias diferentes. Así lo cuenta el legislador porteño por el Bloque del Sur Sergio Molina: “Soy arquitecto y fui autor del proyecto de La Lechería en La Paternal, una cooperativa de vivienda que es anterior al del MTL. Se puede decir que el Movimiento tuvo canales más aceitados con el Instituto de Vivienda, que aceleró los trámites. La organización tuvo muchos beneficios para avanzar más rápido, por ser una agrupación piquetera fuerte. Ojo. A otras organizaciones les cuesta más”.
“Acá se trata de una cuestión de fuerza. El que puede presionar más y llenar la calle consigue el crédito. Nosotros tenemos un montón de obras paradas. Pero a otros les salen fácilmente”, se queja Roberto Correa Cabrera, del MOI, Movimiento de Ocupantes e Inquilinos que trabaja para solucionar el déficit habitacional y constituyó varias cooperativas en la ciudad de Buenos Aires desde mediados de los 90. 1
“Cada grupo obtiene del Estado una serie de ventajas que son directamente proporcionales a la fuerza que es capaz de desplegar en la lucha por la apropiación de recursos sociales”, teoriza el sociólogo Emilio Tenti Fanfani en Cuesta abajo, una recopilación de artículos sobre los nuevos pobres y los efectos de la crisis en la sociedad argentina. 2
“Cualquier ciudadano que habita en la ciudad de Buenos Aires tiene derecho a pedir créditos de este tipo: No hay una situación de ventaja por ser un grupo piquetero. No se discrimina ni a favor ni en contra de ellos. Hubo otras agrupaciones que presentaron proyectos pero no fueron aprobados por no cumplir con todos los requisitos”, respondió Eduardo Selzer, ex titular del Instituto de la Vivienda de la Ciudad en el momento en que se gestionó la ayuda.3
Flanqueado en su escritorio por una foto del general Perón y Eva, su segunda mujer, Freidín apura un mate y se ríe a carcajadas cuando se le pregunta si la concesión del crédito está ligada a favoritismo político. “No. Claro que no. Yo fui de la Juventud Peronista y me resulta extraño entregar las primeras viviendas a un grupo del Partido Comunista. Pero el MTL tiene una gran capacidad de organización y de trabajo. No están captando demanda para convertirse en una especie de inmobiliaria de los pobres como hacen otras cooperativas”, contraataca el funcionario. A Freidín, prácticamente uno de las pocas personas que fuma impunemente en el edificio del Mercado del Plata, donde la prohibición de hacerlo está claramente especificada en cada piso, se le hace más complejo explicar los motivos por los cuales la de los desocupados liderados por Chile será la primera obra terminada en una operatoria que nació con una ley que tiene casi siete años (fue sancionada por la Legislatura Porteña el 20 de febrero de 2000). “En este programa tenemos 260 entidades inscriptas. Pero no son todas iguales. No tienen la misma capacidad de gestión, ni los mismos equipos técnicos. Pero la operatoria estuvo mal manejada desde el principio. Hubo mucha burocracia. Cuando asumí en mayo de 2006 había 60 terrenos comprados para cooperativas que ni siquiera tenían los proyectos terminados.” El detalle de las obras que exhibe Freidín muestra que están en ejecución 27 obras del plan de autogestión (749 viviendas), por un monto total de $ 30.425.852. La de Monteagudo, que generó la construcción de 326 viviendas, con un presupuesto de $ 18.252.273 es la de mayor envergadura ya que se lleva el 59 % del monto total que lleva gastado el Gobierno porteño en el Programa de autogestión.1 Según un informe de gestión del año 2006 hasta octubre a las viviendas ha construirse bajo el amparo de la ley 341 le habían correspondido el 15 % del presupuesto total para programas habitacionales del IVC.
Tanto en la Legislatura porteña como en la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires hay documentos que denuncian esas “desprolijidades”. En marzo de 2006 la legisladora de Frente de Compromiso para el Cambio Soledad Acuña se hizo eco de esta problemática. “A pesar de ser la ley 341 la única herramienta vigente para solucionar los problemas de vivienda de personas en estado de emergencia, gran cantidad de vecinos se han acercado para presentarnos sus problemas en el momento de solicitar el crédito y sin duda los mayores inconvenientes se dan en la aplicación de la ley para las organizaciones de vivienda colectivas, muchos de ellos manifestando el incumplimiento en tiempo y forma de la ley, como por ejemplo, los tiempos de tardanza en las tasaciones de las propiedades elegidas, lo que lleva a la frustración de la operatoria”. En su pedido de informes en el que solicita que el Instituto de Vivienda de la Ciudad detalle la cantidad de créditos otorgados dentro de la operatoria de autogestión y justifique los créditos denegados, Acuña esboza un diagnóstico: “La ley es el único instrumento para solucionar los problemas más serios de vivienda de los habitantes de la ciudad, pero si no tiene la dinámica necesaria no tenemos la solución a problemas sino un trámite que nunca se puede concluir”. 1
En junio del mismo año el legislador de Recrear Marcelo Meis se interesó por un caso concreto, el de la cooperativa de vivienda “Trabajo y lucha de Barracas”, a quien se le denegó un pedido de crédito hipotecario el 7 de marzo de 2006 y se le comunicó que “no se recepcionan más pedidos dentro de la operatoria de ley 341”.1 Por su parte el legislador Sergio Molina del Bloque del Sur denunció la parálisis de la operatoria: “Actualmente la operatoria se encuentra sistemáticamente bloqueada en todas sus instancias. Toda esta situación atenta contra el derecho al acceso a una vivienda digna de más de siete mil familias organizadas en Cooperativas, que se encuentran en situación de Emergencia Habitacional. Suman aproximadamente 800 viviendas en ejecución de obra, representando la modalidad de mayor cantidad de unidades habitacionales en construcción de todos los programas de políticas públicas habitacionales en la Ciudad”. 2
La Defensoría del pueblo de la Ciudad de Buenos Aires también se ocupó del tema. El 17 de mayo de 2006, teniendo en cuenta 116 expedientes de queja iniciados entre 2002 y 2006 el órgano de control conducido por Alicia Pierini dio a conocer un informe en el cual denunciaba que los trámites del Plan de Autogestión de Viviendas llevaban más tiempo del reglamentario.
El documento detalla que si bien la ley 341 establece en su artículo 11 que los plazos de cada etapa del procedimiento para obtener un crédito deben ser fijados por la reglamentación que haga la Comisión Municipal de la Vivienda de dicha ley, en conjunto el trámite no puede exceder los 90 días. Pero la reglamentación (que se realizó por acta del directorio de la Comisión con fecha 24 de junio de 2003) no fija plazos máximos para cada una de las etapas pero sí stipula que la conformidad del vendedor del inmueble y la reservas de precio de venta de la unidad que se presente no podrá ser inferior a 60 días, de lo que se deduce que ese debería ser el plazo máximo para la resolución de los expedientes. “Sin embargo, la gestión de la operatoria evidenció demoras en la tramitación de los expedientes que oscilan entre los seis y los quince meses. Estas demoras, imputables a la administración motivaron en muchos casos la pérdida de los montos abonados en concepto de seña, el retiro de la oferta de venta del bien y la frustración de la operación inmobiliaria”, asegura el documento que recomienda respetar el plazo fijado por ley de tres meses para el otorgamiento o la denegación de los créditos. 1
Decidido a que ninguna otra cooperativa encuentre un obstáculo para realizar sus planes en la idoneidad de los profesionales que firman los planos, en diciembre de 2006 el Instituto de la Vivienda de la Ciudad modificó la operatoria y dispuso que en adelante será el mismo Estado y no las entidades quienes paguen a los equipos técnicos.
“El Programa de autogestión de viviendas no se detiene. En noviembre compramos dos terrenos, y estamos por adquirir 11 más para diversas cooperativas. También vamos a firmar 13 convenios de finalización de obras para adecuar los precios que cambiaron bastante, porque hay entidades a las que no les alcanza la plata del crédito para terminar las obras. Lo bueno es que desde 2006 trabajamos dentro del Plan Federal de Viviendas” cuenta Freidín. Pero el futuro no es un tema que le preocupe a la cooperativa Emetele ya que en el patio de Monteagudo donde se realizan las asambleas lograron un aval del gobierno porteño para iniciar una segunda etapa para el complejo en un terreno cercano que consistirá en otras 180 viviendas. Pero esta vez quien le pondrá la firma al proyecto no será un integrante de un estudio destacado en grandes emprendimientos comerciales como el caso de Pfeifer, sino Fermín Estrella, un arquitecto porteño que trabajó en el tema de vivienda social desde mediados de los 60. “Estrella fue uno de los pensadores de la arquitectura popular. Allá por el final de los 60, y los 70, dentro de lo que fue la renovación de la Juventud peronista él empezó a acompañar los movimientos populares con proyectos de vivienda social. Que vuelva a insertarse en un programa de autogestión actual de la mano del MTL, es de algún modo unir las dos puntas. Hace tiempo que vengo hablando con Jaime Sorín, el decano de la Facultad de Arquitectura de la UBA para recuperar algunas de las ideas que se manejaban hace 40 años”, se entusiasma Freidín.

Las chicas al frente

Petronila y Yamila no son ejemplos aislados, ni amazonas que se adentraron en un mundo netamente masculino. De los 370 trabajadores, 80 son mujeres. Algunas se encargan de cocinar y servir el almuerzo, pero otras hacen tareas menos tradicionales: albañilería, pintura, colocación de azulejos y seguridad. “En la construcción yo no estaba acostumbrado a trabajar con mujeres. Ellas no quieren que las trates de modo especial ni les des tareas livianas. Es una linda experiencia. Son muy buenas para las terminaciones y muy prolijas. Hoy en los trabajos de pintura, soldado y albañilería tenemos unas 50”, vuelve a asombrarse el arquitecto Arriola.
En el movimiento ya nadie se asombra de ver a las chicas participando en piquetes, cargando bolsas de arena o empuñando la pala. Carmen Cirano, la “chica” de la Comisión de Vivienda, mientras regatea precios y pelea entregas con los muchachos de los corralones lo explica a su modo “Las mujeres fuimos el motor de ese proyecto porque los hombres se ponen mal cuando se quedan sin empleo y nosotras tuvimos que hacernos cargo”.

“En la Argentina se dio que las mujeres ocuparon los lugares que los hombres dejaban vacantes en la familia. Por eso ellas salieron a pelarla y son mayoría en las organizaciones sociales”, coincide Massetti.1 “No es posible ignorar que más de la mitad de las adherentes y militantes de las organizaciones piqueteras son mujeres, muchas de ellas sin experiencia política ni trayectoria laboral en el mercado de trabajo formal. Sin embargo, sobre las mujeres reposa gran parte de la organización administrativa y laboral, sin contar que muchas de ellas tienen un rol fundamental en otras tareas, tradicionalmente masculinas, como la seguridad.”, reflexionan Svampa y Pereyra.2
Una conversación que se oye al azar, entre una de las chicas que hace la vigilancia de la puerta de ingreso y un compañero da indicios sobre los cambios que estas experiencias están produciendo en el seno de las familias:“Empecé a trabajar porque había un lugar en la seguridad, donde son todas mujeres. Mis chicos ser quedan con el padre y para ellos es muy raro. Se la pasan preguntando cuándo llega mamá. Pero alguien tiene que llevar un sueldo”, cuchichea a un hombre que cualquier capataz hubiese considerado demasiado viejo para trabajar en la construcción, pero encontró su espacio en la obra de la calle Monteagudo. “A veces la gente se ríe cuando le explico que trabajo en una obra en construcción y que soy soldadora. Pero se dio así y gano mejor que limpiando casas de familia. Acá me tratan muy bien y a mi novio no le importa”, cuenta Yamila Ramírez, una de las más jóvenes del plantel que dejó su pueblo de Jujuy y a su familia para llegar a la obra del sur de Buenos Aires .atraída por la promesa de una tía que trabaja en la obra y le ofreció trabajo para mantenerse mientras cumplía el sueño de estudiar enfermería. Por ahora se entretiene con un curso de computación, pero, sabedores de su inclinación por los temas sanitarios, y, con tal de tenerla cerca, algunos muchachos del movimiento ya la invitaron a las reuniones de la comisión de Salud.