viernes, 26 de diciembre de 2008

A modo de conclusión

Si bien está sustentada en una concepción clara sobre la autogestión, que se acerca más a la del Marxismo, como una etapa de asociación de obreros dentro del sistema capitalista, que a la del anarquismo que la ve como una solución más radical y ajena a ese sistema, la experiencia que el MTL llevó a cabo en Monteagudo surgió en la práctica, como evolución natural del trabajo que el movimiento realizó en la ciudad de Buenos Aires para paliar los problemas de vivienda de sus integrantes.
La coyuntura política de un gobierno nacional y local dispuestos a contemporizar con las organizaciones piqueteros y la sanción de una ley de autogestión de vivienda, impulsada por varias organizaciones que trabajan en el tema desde principios de los 90, hicieron posible que los militantes del movimiento pudiesen agruparse en una cooperativa y comenzar a construir un complejo habitacional, que además de solucionar sus problemas de hábitat palió, al menos por el tiempo que duró la obra, sus necesidades de trabajo.1
Pero la cooperativa Emetele parece haber excedido el marco de una experiencia concreta de autogestión, y ha buscado cierta continuidad en el tiempo ya sea a través de sus proyectos propios como el nuevo complejo que diseñará el arquitecto Estrella, como a partir de su incorporación en diversas obras como empresa constructora. En ese mismo sentido la obra de Monteagudo no sólo ha permitido que en conjunto los gestores del proyecto adquiriesen experiencia en gestión e incluso un capital de trabajo constituido por herramientas y maquinaria, sino que, a nivel individual, cada operario logró adquirir una experiencia y capacitarse en ciertos saberes que pueden servirle para reinsertarse en el mercado laboral ya sea dentro o fuera de los proyectos de Emetele. En este sentido resulta interesante destacar la cantidad de mujeres que han participado del proyecto incluso en tareas poco habituales para el sexo femenino como albañilería, plomería y herrería.
Por último el hecho de que el barrio se haya construido en Parque Patricios, y que contemple la posibilidad de que los patios y los lugares de recreación estén abiertos a la gente de la zona tiene que ver con la necesidad de inserción barrial del movimiento como estrategia política, por un lado, pero también con una necesidad de encontrar un lugar de pertenencia de sus integrantes, de encontrar una identidad. El sociólogo Denis Merklen ya explicó la gravitación que adquiere el barrio en los movimientos sociales de desposeídos:
“A medida que la deficiencia institucional se extiende y que aumenta el número de individuos que no encuentran soportes suficientes en el mundo del trabajo, la inscripción territorial gana importancia. El barrio se presenta como un lugar privilegiado para la organización de solidaridades y cooperaciones, base de la acción colectiva y fuente de la identificación: ante la desagregación de las identidades profesionales, el lugar de residencia aparece como una fuente identitaria e incluso en algunos casos como fuente de prestigio”.1
Quizás podría postularse que en esta coyuntura barrial se da en pequeña escala el tránsito hacia una economía social, hacia un sistema distinto. “la importancia de los movimientos sociales y de las iniciativas populares de autoorganización no deriva de la cantidad de pobladores que integran sino de su capacidad de representar problemas y puntos de vista de un grupo o sector que tiende a revolucionar lo cotidiano a raíz de las modalidades que asume su participación. 1
En cuanto a las estrategias de acceso al Plan de Autogestión de vivienda y de ejecución de la obra que han constituido uno de los objetivos de este trabajo, no se han detectado más irregularidades que la demora en la tramitación de los créditos y la arbitrariedad en la concesión del crédito y la arbitrariedad que puede verse como equivalente al clásico “favores por votos” que describió Javier Auyero como característico de las relaciones políticas en las clases bajas, o, que tiende a estar ligada con la capacidad de movilización y de presión que tienen los piqueteros. 2 Sin embargo, resulta un dato incontrastable que el Programa de Autogestión de vivienda gestado a partir de una ley de febrero de 2000 podrá exhibir su primera obra terminada recién en los primeros días de febrero, es decir siete años más tarde.

Anclaos en Patricios

El surgimiento de un enclave piquetero en Parque Patricios no pasó desapercibido para la gente de la zona. El mismo movimiento se ha encargado de hacer notar su presencia estableciendo vínculos con instituciones arraigadas en Patricios como la murga Pasión Quemera, que sigue a sol y a sombra al club de fútbol Huracán, el más emblemático del barrio.
Incluso como en el barrio hay muchas casas abandonadas y galpones y las propiedades tienen menor costo que en la zona norte de la ciudad el fenómeno de las cooperativas de vivienda podría extenderse. De hecho la esquina de Iguazú 732 en diagonal al complejo Monteagudo ya fue comprada por 15 familias que integran la cooperativa de vivienda Desde el Pie.
Pero la presencia de la obra piquetera ya comenzó a generar conflictos. “A veces hacen mucho ruido. Se juntan acá para salir a distintas manifestaciones. Es como tener un piquete enfrente de casa” se queja Mariela Bonadeo, una vecina de la zona mientras pasea por la calle Iguazú. “A mí lo que me preocupan es que si se mudan 300 familias no van a dar abasto las guardias de los hospitales de la zona. Y ni que hablar de las escuelas. Este es un lugar tranquilo. No está preparado para que venga tanta gente”, analizó Patricia Flores, una ex legisladora socialista que vive en Jujuy y Caseros. 1
En cambio, Miguel Angel Peñaloza, integrante de la agrupación Vecinos Autoconvocados del Sur, surgida en la época de las asambleas barriales, cree que “la inserción de nuevos habitantes podría generar la reactivación de los pequeños comercios y el MTL es ya una realidad y trabaja para solucionar las necesidades socioeconómicas de la comunidad”. Según Peñaloza, la necesidad de ampliar la oferta educativa sobre todo en cuanto a colegios de educación media existía en la zona mucho antes de que comenzase la obra de Monteagudo: “Negarles la inserción me parece que orilla en el prejuicio”. Sin considerar esa posibilidad, en octubre una maestra de la zona se preguntaba en una carta de lectores del diario La Nación dónde van a estudiar los niños piqueteros, ya que las instituciones educativas del barrio ya están colapsadas.1
Estas expresiones de rechazo a la instalación del movimiento social en el barrio no son ejemplos aislados. La ex ministra de Trabajo Patricia Bullrich y el diario Infobae manifestaron su disconformidad con el fenómeno y aseguraron que la presencia de piqueteros en la zona desvalorizaba las propiedades.2 Por el momento, ninguno de los responsables de las dos inmobiliarias más grandes de la zona: Eduardo Puebla y Guariniello, pudieron confirmar una baja en los precios de terrenos y construcciones. “Es cierto que hay gente que va a comprar alguna casa en la zona y se inquieta si uno le dice que quienes van a vivir ahí van a ser piqueteros. Pero el complejo es de ladrillo a la vista, muy lindo, y esas manzanas que eran un galpón abandonado ahora están muy bien iluminadas. Creo que si los vecinos se sobreponen a los prejuicios van a ver que Patricios está mejor”, asegura Oscar del Fiore, asesor inmobiliario de Guarinello.
Desde el Instituto Gino Germani de la Universidad de Buenos Aires Astor Masetti tiene una explicación para estas actitudes: “La sociedad argentina se ha derechizado muchísimo. Y el fenómeno piquetero perdió legitimidad en los últimos años. Sin embargo, es probable, que con el trato cotidiano, los vecinos que tengan mayor contacto con los integrantes del movimiento tengan una opinión más positiva que quienes los ven como un fenómeno lejano”, analiza Massetti, arriesgando una hipótesis sobre un intercambio que se dará plenamente cuando las familias del MTL sientan el barrio como propio.
Para empezar a hacerlo la gente del MTL ya organizó varios festivales donde hubo rock, candombe y teatro en escenarios callejeros y acaricia el sueño de convertir el viejo tanque de agua que es un símbolo de la fábrica que funcionó en el lugar, en la plataforma de una antena de transmisión de una radio comunitaria que difunda noticias, historias y problemas de Parque Patricios. Incluso han diseñado el complejo de modo tal que se pueda reabrir al tránsito el tramo de calle José C. Paz que va entre Monteagudo e Iguazú, y parte al medio el predio. Tal vez entonces sí haciendo oír su voz en el barrio, las familias piqueteros se sentirán realmente en casa.

Planes y más planes

Con la obra de Monteagudo terminada, y otra poniéndose en marcha en un terreno vecino, la gente del MTL apuesta a darle una continuidad a la cooperativa constructora. “300 viviendas no solucionan el problema de vivienda de todos los compañeros, ya que son más de 1200 las familias sin techo, así que tenemos que seguir construyendo en el marco de la autogestión con el programa del Instituto de Vivienda de la Ciudad. Sino va a tener que venir el Jefe de Gobierno Jorge Telerman a distribuir el mismo los departamentos para que no nos peleemos entre nosotros”, amenaza Carmen Cirano. Ella sabe que su argumento se parece bastante a un chantaje, pero eso no le genera ninguna culpa. Es un tema que han discutido bastante e incluso llevaron a una reunión en la sede del Gobierno porteño a fines de agosto de 2006.
“La idea es trasladar este proyecto al interior del país, a lugares como Chaco, Jujuy o San Pedro, en la Provincia de Buenos Aires, y también al Sur de la Argentina. Pero también replicarlo en la ciudad de Buenos Aires porque la demanda habitacional es muy grande. Sólo para solucionar el problema de los compañeros necesitaríamos tres o cuatro Monteagudo”, justifica Chile. Pero la cooperativa también busca posicionarse como empresa constructora para que quienes trabajen en ella encuentren una continuidad laboral. Ya se inscribió como proveedora del Gobierno porteño y se presentó a varias licitaciones. En abril de 2006 perdió frente a Green, una firma de San Luis, para levantar un complejo de diez torres de nueve pisos para el Instituto de la Vivienda en Villa Lugano. Pero, después de analizar los costos, la empresa puntana decidió subcontratar a la cooperativa piquetero para llevar adelante la obra. “Es un orgullo participar en un emprendimiento que, más allá de lo económico, tiene una razón social” explicó Carlos Amprino, titular de la empresa el día de la firma del convenio, aunque aclaró que sólo consideraron la posibilidad de trabajar con el MTL, después de ue el mismo Instituto de la Vivienda les sugirió que se acercasen a ver la obra de la calle Monteagudo.1
Según los datos que revelan tanto el Instituto de Vivienda como Green, el primer contrato que firmó la cooperativa Emetele fue de 13 millones de pesos. En él los piqueteros de comprometieron a poner trabajadores y maquinarias para construir las torres. Pero el presupuesto que tiene la obra es de un total de cuarenta millones de pesos. Semejante diferencia no pasó desapercibida por el Polo Obrero, el brazo piquetero del Partido obrero, que emitió un comunicado titulado “El MTL, de piquetero a subcontratista”. “El MTL ha constituido una de las formas clásicas del fraude laboral, que describe la Ley de contrato de trabajo: disimular la relación de dependencia bajo la forma ilegal de la cooperativa de trabajo El MTL ha dejado de ser una organización obrera que lucha por las reivindicaciones, como parte de una lucha de clases contra el capital; es un subcontratista”, acusa uno de los dirigentes del PO, Néstor Pitrola. Consultado sobre su punto de vista, Pitrola declinó profundizar las acusaciones, remitió a otros dirigentes del movimiento que prefirieron no dar más explicaciones y remitieron al comunicado partidario. ”La cooperativa de trabajo del MTL en Green cobrará el monto fijo estipulado, los 13 millones, para ejecutar una obra que costará decenas de millones. Los compañeros no podrán reclamar aumentos ni hacer paros, como podrían hacerlo en cualquier obra en construcción. Están a merced del costo de vida. Son responsables de su propia seguridad, porque aunque haya cláusulas están impedidos de ejercer el control obrero y organizar la lucha”, dice el texto.1
“Acá todo se resuelve en asamblea. Hace unos meses votamos que íbamos a trabajar los sábados para adelantar el trabajo. Pero, ojo, que eso se está pagando como horas extras que a nosotros nos vienen muy bien. Acá tenemos ART, tarjeta de débito para cobrar el sueldo y la posibilidad de una continuidad laboral, que no se da si vos entrás a trabajar en cualquier obra en construcción”, desmiente Beto González, mientras acepta a desgano un reto de Chile por transitar por la obra sin el casco reglamentario.
Como si las críticas no le importasen, el MTL también realiza una construcción de menor envergadura, para otra empresa privada: una decena de departamentos en Parque Avellaneda. Allí trabajan 70 personas supervisadas a la distancia desde Monteagudo, que reciben comida caliente que les llega diariamente en envases herméticos desde la cocina de Parque Patricios. “Un día la policía paró a la camioneta que llevaba los tupper, y la gente protestaba porque se le enfriaba la comida”, cuenta Cirano acostumbrada a los contratiempos.
Los dirigentes definen al MTL como un movimiento muy joven que extendió sus proyectos a 17 provincias e involucró a unas 30 mil personas. Pero ninguno de ellos llegó premeditadamente sino que fueron surgiendo al calor de las necesidades: Así lo relata Chile: “Empezamos a hacer autogestión buscando la supervivencia. La pelea es esta por recuperar la cultura del trabajo, por ende el trabajo siempre comienza por la producción. Criamos conejos, criamos chanchos, riamos gallinas. Tenemos huertas, tenemos fábrica de juguetes de madera. Tenemos tejedoras. Hemos exportado prendas a Italia de las compañeras que tejen en Jujuy Salta. Hemos abierto cientos de comedores y eso nos genera muchísimas obligaciones”.
Pero aunque los proyectos se multipliquen la gente del MTL reivindica a Monteagudo como el comienzo. “Esta es la primera experiencia de vivienda. Y con esta magnitud y esta modalidad que no reconoce antecedentes en América. Porque lo que tenemos acá es una organización social que administra recursos estatales y que garantiza que esos recursos vayan a quién estaba predeterminado, a las familias necesitadas”, sintetiza Chile para quien pertenecer al partido comunista y gestionar programas del Estado no son cuestiones antagónicas. “Todas las luchas son reformistas en esencia. Lo que hay que entender es que el Estado en el modelo neoliberal no es un ente monolítico, tiene profundas fisuras y en el marco de esas fisuras se pueden resolver la apropiación de recursos que en todo caso son propios, son del pueblo”, analiza con una seguridad admirable trasmitiendo argumentos que se debatieron cientos de veces en el seno de la organización. “Quienes presuponen que las necesidades de la gente esto se puede resolver en el marco de un berrinche de adolescentes, pateando tachos de basura por la ciudad, están equivocados. No se resuelve así. Si hay que patear techos, se patean pero lo que se necesitan realmente son propuestas”, dice para que no queden dudas.

Protestas y propuestas

Cumpliendo con una tradición política o simplemente siguiendo un impulso que los llevó a buscar una solución concreta a sus necesidades, muchos de los desocupados que trabajaron en el proyecto Monteagudo ya son propietarios de las casas que construyeron con sus manos. Mientras duró la obra, los miércoles, el patio principal del complejo se convertía en escenario de asambleas multitudinarias donde hombres, mujeres y algunos chicos discutían los criterios para atribuir las viviendas. Entre las variables a tener en cuenta surgieron inevitablemente la cantidad de hijos, la situación de hacinamiento, y que se trate de habitantes de la ciudad de Buenos Aires. Aunque muchos nacieron en alguna provincia del interior, o incluso en países limítrofes los propietarios de las casas de Monteagudo no llegan desde el conurbano. Según sus relatos, la mayoría se acomodan como pueden con sus familias en conventillos o piezas alquiladas en Patricios, la Boca, Pompeya, Montserrat o algún otro barrio del sur. Otros viven en alguno de los asentamientos que se multiplicaron en Buenos Aires en los últimos años.
Ahora que ya pueden disfrutar de sus casas la idea es que cada familia pague la suya (que tendrá un costo aproximado de 42 mil pesos) en cuotas, en un plazo de 30 años. El cálculo es que ninguna pagará más de $ 250 mensuales. Pero en la agenda del MTL la construcción de la calle Monteagudo no ha sustituido el piquete. Sólo obligó a la agrupación a comprimir los tiempos, para seguir participando de los cortes, sin retrasar el avance de los proyectos. Para Beto González, uno de los dirigentes del movimiento se trata de una cuestión de organización: “El derecho a peticionar está en la Constitución y no negociamos un derecho a cambio de otro. Tratamos de rotarnos para que algunos trabajen y otros participen de las marchas. Esta semana hicimos una por la estatización de YPF a la embajada de Bolivia, y otra en recuerdo de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, dos compañeros que murieron en Avellaneda”, contó González en julio de 2006. Por esa época, en plena euforia mundialista, en el complejo no había ningún televisor a la vista, ni siquiera en el comedor, y tampoco se oía la radio, como si los operarios-piqueteros no pudiesen permitirse ninguna distracción. Ante el asombro de los visitantes, la gente del MTL contaba que habían resuelto en asamblea detener el trabajo sólo para los partidos importantes de Argentina. Esos días alguno de los dirigentes traía un televisor de su casa y todos los operarios se congregaban en el comedor envueltos en banderas y gorros celeste y blanco.
Con la obra casi terminada y las invitaciones para la inauguración impresas, con la fecha 5 de febrero de 2007, los militantes seguían percibiendo a la protesta como el único modo de obtener respuestas a sus pedidos. “Necesitamos que Edesur nos ponga los medidores y nos conecte la luz, para hacer la vereda y tener el final de obra. Pero está pedido por los arquitectos hace un mes y medio, y por más que llaman y llaman no vinieron a hacerlo. Incluso intercedió el Ministro de Obras Públicas porteño, Juan Pablo Schiavi, y tampoco logramos la luz. Así que nos fuimos unos cuantos compañeros y cortamos la calle frente al edificio de Edesur, en Montserrat. Hubo un amontonamiento, se rompió un vidrio. Seguro que van a decir que lo hicimos a propósito. Pero en realidad, ante la presión, nos hicieron pasar, y prometieron poner el medidor. Es triste tener que recurrir a estos métodos, pero son los únicos que alguna gente entiende”, analizó una de las dirigentes, a fines de enero de 2007.
La persistencia en la acción de protesta genera una dualidad entre interrumpir el tránsito para hacer demandas al gobierno nacional o de la Ciudad, y administrar recursos de este último para solucionar el problema de la vivienda hace tiempo que ha dejado de generar conflicto en los integrantes del movimiento. “Fue motivo de grandes debates. Se fue dando un proceso de acostumbramiento. En 2000 y 2001 algunos grupos que se transformaron después en piqueteros e integran el Bloque Piquetero, ligado al Polo Obrero, tuvieron que decidir si aceptaban planes sociales o seguían con la cultura típica de la izquierda argentina y decidieron que era necesario reclamar y aceptar políticas públicas para paliar la situación de las capas populares y también para tener la oportunidad para organizarse. Hoy nadie discute que el acceso al recurso es clave para la supervivencia y que las capas sociales quieren organización popular en cualquier instancia”, analiza el sociólogo Astor Massetti, autor del libro Piqueteros. Protesta social e identidad colectiva e investigador del área de Cambio Estructural y Desigualdad Social del Instituto Gino Germani de la Universidad de Buenos Aires.1
“Ahora le pelea no es sólo por la vivienda. Es por recuperar la cultura del trabajo. Y el trabajo siempre comienza por la producción. Nosotros ya criamos conejos, chanchos, gallinas. Tenemos huertas, fábrica de juguetes de madera, tejedoras, un emprendimiento agrario en Chaco, una mina en Jujuy y ahora esta cooperativa que funciona como empresa constructora”, traduce Chile, en palabras de líder, introduciendo un concepto que para las organizaciones parece haberse vuelto casi más importante que el de protesta o solución de necesidades: el de autogestión como camino para la generación de ingresos genuinos. O quizás, como respuesta a la exhortación del ministro Aníbal Fernández quien después de una marcha piquetera criticó a los desocupados por la protesta del viernes: “Tienen que ir a laburar y dejarse de embromar con estas cosas. Aunque no sea trabajo genuino como están buscando, podrían encontrar (trabajo) en cooperativas, en huertas, en panaderías”. 1
Y el camino que se marcó la cooperativa Emetele es el de convertirse en una empresa constructora: De hecho ya trabajan en un par de obras en el Barrio Rivadavia, en el Bajo Flores, y un edificio de departamentos en Parque Avellaneda y fueron contratados por Green, una empresa que ganó una licitación del gobierno porteño para construir viviendas. Incluso, ya acordaron con el Instituto de Vivienda una segunda etapa del complejo Monteagudo que comprenderá otras 180 casas en un terreno cercano. “En realidad llegamos a la autogestión en el marco de la supervivencia, pero quizás puede convertirse en una posibilidad de construir un modelo alternativo”, especula Chile, quien supo ser candidato a legislador porteño por una alianza del Partido Comunista, sin mayor fortuna.

Voces encontradas

Sin embargo, otros grupos y cooperativas dedicadas a la autogestión han tenido experiencias diferentes. Así lo cuenta el legislador porteño por el Bloque del Sur Sergio Molina: “Soy arquitecto y fui autor del proyecto de La Lechería en La Paternal, una cooperativa de vivienda que es anterior al del MTL. Se puede decir que el Movimiento tuvo canales más aceitados con el Instituto de Vivienda, que aceleró los trámites. La organización tuvo muchos beneficios para avanzar más rápido, por ser una agrupación piquetera fuerte. Ojo. A otras organizaciones les cuesta más”.
“Acá se trata de una cuestión de fuerza. El que puede presionar más y llenar la calle consigue el crédito. Nosotros tenemos un montón de obras paradas. Pero a otros les salen fácilmente”, se queja Roberto Correa Cabrera, del MOI, Movimiento de Ocupantes e Inquilinos que trabaja para solucionar el déficit habitacional y constituyó varias cooperativas en la ciudad de Buenos Aires desde mediados de los 90. 1
“Cada grupo obtiene del Estado una serie de ventajas que son directamente proporcionales a la fuerza que es capaz de desplegar en la lucha por la apropiación de recursos sociales”, teoriza el sociólogo Emilio Tenti Fanfani en Cuesta abajo, una recopilación de artículos sobre los nuevos pobres y los efectos de la crisis en la sociedad argentina. 2
“Cualquier ciudadano que habita en la ciudad de Buenos Aires tiene derecho a pedir créditos de este tipo: No hay una situación de ventaja por ser un grupo piquetero. No se discrimina ni a favor ni en contra de ellos. Hubo otras agrupaciones que presentaron proyectos pero no fueron aprobados por no cumplir con todos los requisitos”, respondió Eduardo Selzer, ex titular del Instituto de la Vivienda de la Ciudad en el momento en que se gestionó la ayuda.3
Flanqueado en su escritorio por una foto del general Perón y Eva, su segunda mujer, Freidín apura un mate y se ríe a carcajadas cuando se le pregunta si la concesión del crédito está ligada a favoritismo político. “No. Claro que no. Yo fui de la Juventud Peronista y me resulta extraño entregar las primeras viviendas a un grupo del Partido Comunista. Pero el MTL tiene una gran capacidad de organización y de trabajo. No están captando demanda para convertirse en una especie de inmobiliaria de los pobres como hacen otras cooperativas”, contraataca el funcionario. A Freidín, prácticamente uno de las pocas personas que fuma impunemente en el edificio del Mercado del Plata, donde la prohibición de hacerlo está claramente especificada en cada piso, se le hace más complejo explicar los motivos por los cuales la de los desocupados liderados por Chile será la primera obra terminada en una operatoria que nació con una ley que tiene casi siete años (fue sancionada por la Legislatura Porteña el 20 de febrero de 2000). “En este programa tenemos 260 entidades inscriptas. Pero no son todas iguales. No tienen la misma capacidad de gestión, ni los mismos equipos técnicos. Pero la operatoria estuvo mal manejada desde el principio. Hubo mucha burocracia. Cuando asumí en mayo de 2006 había 60 terrenos comprados para cooperativas que ni siquiera tenían los proyectos terminados.” El detalle de las obras que exhibe Freidín muestra que están en ejecución 27 obras del plan de autogestión (749 viviendas), por un monto total de $ 30.425.852. La de Monteagudo, que generó la construcción de 326 viviendas, con un presupuesto de $ 18.252.273 es la de mayor envergadura ya que se lleva el 59 % del monto total que lleva gastado el Gobierno porteño en el Programa de autogestión.1 Según un informe de gestión del año 2006 hasta octubre a las viviendas ha construirse bajo el amparo de la ley 341 le habían correspondido el 15 % del presupuesto total para programas habitacionales del IVC.
Tanto en la Legislatura porteña como en la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires hay documentos que denuncian esas “desprolijidades”. En marzo de 2006 la legisladora de Frente de Compromiso para el Cambio Soledad Acuña se hizo eco de esta problemática. “A pesar de ser la ley 341 la única herramienta vigente para solucionar los problemas de vivienda de personas en estado de emergencia, gran cantidad de vecinos se han acercado para presentarnos sus problemas en el momento de solicitar el crédito y sin duda los mayores inconvenientes se dan en la aplicación de la ley para las organizaciones de vivienda colectivas, muchos de ellos manifestando el incumplimiento en tiempo y forma de la ley, como por ejemplo, los tiempos de tardanza en las tasaciones de las propiedades elegidas, lo que lleva a la frustración de la operatoria”. En su pedido de informes en el que solicita que el Instituto de Vivienda de la Ciudad detalle la cantidad de créditos otorgados dentro de la operatoria de autogestión y justifique los créditos denegados, Acuña esboza un diagnóstico: “La ley es el único instrumento para solucionar los problemas más serios de vivienda de los habitantes de la ciudad, pero si no tiene la dinámica necesaria no tenemos la solución a problemas sino un trámite que nunca se puede concluir”. 1
En junio del mismo año el legislador de Recrear Marcelo Meis se interesó por un caso concreto, el de la cooperativa de vivienda “Trabajo y lucha de Barracas”, a quien se le denegó un pedido de crédito hipotecario el 7 de marzo de 2006 y se le comunicó que “no se recepcionan más pedidos dentro de la operatoria de ley 341”.1 Por su parte el legislador Sergio Molina del Bloque del Sur denunció la parálisis de la operatoria: “Actualmente la operatoria se encuentra sistemáticamente bloqueada en todas sus instancias. Toda esta situación atenta contra el derecho al acceso a una vivienda digna de más de siete mil familias organizadas en Cooperativas, que se encuentran en situación de Emergencia Habitacional. Suman aproximadamente 800 viviendas en ejecución de obra, representando la modalidad de mayor cantidad de unidades habitacionales en construcción de todos los programas de políticas públicas habitacionales en la Ciudad”. 2
La Defensoría del pueblo de la Ciudad de Buenos Aires también se ocupó del tema. El 17 de mayo de 2006, teniendo en cuenta 116 expedientes de queja iniciados entre 2002 y 2006 el órgano de control conducido por Alicia Pierini dio a conocer un informe en el cual denunciaba que los trámites del Plan de Autogestión de Viviendas llevaban más tiempo del reglamentario.
El documento detalla que si bien la ley 341 establece en su artículo 11 que los plazos de cada etapa del procedimiento para obtener un crédito deben ser fijados por la reglamentación que haga la Comisión Municipal de la Vivienda de dicha ley, en conjunto el trámite no puede exceder los 90 días. Pero la reglamentación (que se realizó por acta del directorio de la Comisión con fecha 24 de junio de 2003) no fija plazos máximos para cada una de las etapas pero sí stipula que la conformidad del vendedor del inmueble y la reservas de precio de venta de la unidad que se presente no podrá ser inferior a 60 días, de lo que se deduce que ese debería ser el plazo máximo para la resolución de los expedientes. “Sin embargo, la gestión de la operatoria evidenció demoras en la tramitación de los expedientes que oscilan entre los seis y los quince meses. Estas demoras, imputables a la administración motivaron en muchos casos la pérdida de los montos abonados en concepto de seña, el retiro de la oferta de venta del bien y la frustración de la operación inmobiliaria”, asegura el documento que recomienda respetar el plazo fijado por ley de tres meses para el otorgamiento o la denegación de los créditos. 1
Decidido a que ninguna otra cooperativa encuentre un obstáculo para realizar sus planes en la idoneidad de los profesionales que firman los planos, en diciembre de 2006 el Instituto de la Vivienda de la Ciudad modificó la operatoria y dispuso que en adelante será el mismo Estado y no las entidades quienes paguen a los equipos técnicos.
“El Programa de autogestión de viviendas no se detiene. En noviembre compramos dos terrenos, y estamos por adquirir 11 más para diversas cooperativas. También vamos a firmar 13 convenios de finalización de obras para adecuar los precios que cambiaron bastante, porque hay entidades a las que no les alcanza la plata del crédito para terminar las obras. Lo bueno es que desde 2006 trabajamos dentro del Plan Federal de Viviendas” cuenta Freidín. Pero el futuro no es un tema que le preocupe a la cooperativa Emetele ya que en el patio de Monteagudo donde se realizan las asambleas lograron un aval del gobierno porteño para iniciar una segunda etapa para el complejo en un terreno cercano que consistirá en otras 180 viviendas. Pero esta vez quien le pondrá la firma al proyecto no será un integrante de un estudio destacado en grandes emprendimientos comerciales como el caso de Pfeifer, sino Fermín Estrella, un arquitecto porteño que trabajó en el tema de vivienda social desde mediados de los 60. “Estrella fue uno de los pensadores de la arquitectura popular. Allá por el final de los 60, y los 70, dentro de lo que fue la renovación de la Juventud peronista él empezó a acompañar los movimientos populares con proyectos de vivienda social. Que vuelva a insertarse en un programa de autogestión actual de la mano del MTL, es de algún modo unir las dos puntas. Hace tiempo que vengo hablando con Jaime Sorín, el decano de la Facultad de Arquitectura de la UBA para recuperar algunas de las ideas que se manejaban hace 40 años”, se entusiasma Freidín.

Las chicas al frente

Petronila y Yamila no son ejemplos aislados, ni amazonas que se adentraron en un mundo netamente masculino. De los 370 trabajadores, 80 son mujeres. Algunas se encargan de cocinar y servir el almuerzo, pero otras hacen tareas menos tradicionales: albañilería, pintura, colocación de azulejos y seguridad. “En la construcción yo no estaba acostumbrado a trabajar con mujeres. Ellas no quieren que las trates de modo especial ni les des tareas livianas. Es una linda experiencia. Son muy buenas para las terminaciones y muy prolijas. Hoy en los trabajos de pintura, soldado y albañilería tenemos unas 50”, vuelve a asombrarse el arquitecto Arriola.
En el movimiento ya nadie se asombra de ver a las chicas participando en piquetes, cargando bolsas de arena o empuñando la pala. Carmen Cirano, la “chica” de la Comisión de Vivienda, mientras regatea precios y pelea entregas con los muchachos de los corralones lo explica a su modo “Las mujeres fuimos el motor de ese proyecto porque los hombres se ponen mal cuando se quedan sin empleo y nosotras tuvimos que hacernos cargo”.

“En la Argentina se dio que las mujeres ocuparon los lugares que los hombres dejaban vacantes en la familia. Por eso ellas salieron a pelarla y son mayoría en las organizaciones sociales”, coincide Massetti.1 “No es posible ignorar que más de la mitad de las adherentes y militantes de las organizaciones piqueteras son mujeres, muchas de ellas sin experiencia política ni trayectoria laboral en el mercado de trabajo formal. Sin embargo, sobre las mujeres reposa gran parte de la organización administrativa y laboral, sin contar que muchas de ellas tienen un rol fundamental en otras tareas, tradicionalmente masculinas, como la seguridad.”, reflexionan Svampa y Pereyra.2
Una conversación que se oye al azar, entre una de las chicas que hace la vigilancia de la puerta de ingreso y un compañero da indicios sobre los cambios que estas experiencias están produciendo en el seno de las familias:“Empecé a trabajar porque había un lugar en la seguridad, donde son todas mujeres. Mis chicos ser quedan con el padre y para ellos es muy raro. Se la pasan preguntando cuándo llega mamá. Pero alguien tiene que llevar un sueldo”, cuchichea a un hombre que cualquier capataz hubiese considerado demasiado viejo para trabajar en la construcción, pero encontró su espacio en la obra de la calle Monteagudo. “A veces la gente se ríe cuando le explico que trabajo en una obra en construcción y que soy soldadora. Pero se dio así y gano mejor que limpiando casas de familia. Acá me tratan muy bien y a mi novio no le importa”, cuenta Yamila Ramírez, una de las más jóvenes del plantel que dejó su pueblo de Jujuy y a su familia para llegar a la obra del sur de Buenos Aires .atraída por la promesa de una tía que trabaja en la obra y le ofreció trabajo para mantenerse mientras cumplía el sueño de estudiar enfermería. Por ahora se entretiene con un curso de computación, pero, sabedores de su inclinación por los temas sanitarios, y, con tal de tenerla cerca, algunos muchachos del movimiento ya la invitaron a las reuniones de la comisión de Salud.

Los protagonistas


Muchos de los integrantes del MTL fueron militantes de los setentas y se enorgullecen de su tradición en el trabajo barrial. Otros, simpatizaron con la metodología del corte de calles o rutas, después de la crisis de 2001. Por eso, en los andamios de la obra o más aún a la hora del almuerzo en el gran comedor, se intercambian historias y experiencias como la de Beto (40), zapatos toscos, overol azul, arito de madera en la oreja, que integró la “Fede” (Federación Juvenil Comunista) o la de Yamila (18), quien asegura no entender demasiado de política: “Los demás me explican. Y me invitan a las asambleas. A los piquetes también voy, porque sé que se piden cosas para todos”, aclara la chica cuyos ojos verdes fueron nominados como “los más lindos de la obra”.
En el ámbito académico nadie se extraña de que convivan tanto en el proyecto como en cualquier acción de protesta gente que milita desde hace años y otra que es incapaz hasta de repetir las consignas. “En todos los movimientos sociales tanto sindicales, piqueteros, estudiantiles hay círculos o anillos de compromiso. Un anillo más duro que es el posiblemente más acuerdo ideológicos tengan que es el de los dirigentes. Una periferia con un acuerdo que no necesariamente es ideológico sino que puede ser en términos de estrategia y un tercer anillo que es el de aquellos que tienen planes y es el más grande. Este grupo posiblemente no esté muy ideologizado pero va porque el nivel más bajo de politización es una necesidad básica insatisfecha. Y eso no le quita legitimidad porque lo que uno ve en la historia de los movimientos sociales de Europa y también de Argentina que todos los círculos periféricos van adquiriendo grados de politización en estos espacios de socialización que son los piquetes”, describe Ana Natalucci, coordinadora del Grupo de Estudio sobre protesta social del Instituto Gino Germani.1
Sin embargo, lo que parece unirlos a todos, los militantes de antaño y los recién llegados, es la condición de desocupados. “Yo trabajé en un laboratorio fotográfico. Y después hice transportes con una camioneta. Pero se me rompió y no pude seguir. Armamos un emprendimiento de juguetes de madera con unos compañeros, pero estaba sacando $ 5 por semana en un puestito en la Feria de Mataderos. Mi mamá me echó de mi casa porque no tenía trabajo y andaba militando, y no tenía plata para ir a visitar a mis hijas que viven en la Costa”, vuelve a franquearse Beto, que hoy se ocupa de los pedidos de materiales en el pañol y cuenta con un sueldo para pagar el alquiler de la pieza en la Boca, donde vive, y aprovecha las vacaciones para traer a sus dos nenas a ver dónde trabaja papá. “En el verano organizamos una colonia para que los hijos de los compañeros que trabajan y no tienen donde dejarlos estén cuidados y entretenidos” cuenta el hombre que está convencido de que todo está previsto en el movimiento al que pertenece. “Hace algunos meses la fui a buscar a mi vieja y la traje acá. La hice pasear por el barrio. Ese día sentí que estaba orgullosa de mí”, dice sin ocultar las lágrimas.2
“Los más jóvenes nunca habían tenido un trabajo fijo. Los viejos sí. Pero se habían desacostumbrado. Los primeros días faltaban. Se enfermaban. Les dolía todo. No estaban preparados para el esfuerzo físico. Después le fuimos encontrando la vuelta. La gente venía de estar mal alimentada porque pasó un largo tiempo inactiva, comiendo lo que podía o encontraba. Hubo que preparar un menú específico en el comedor, con proteínas, para que tuviesen fuerzas para el trabajo”, recuerda Chile, mientras en la cocina, un grupo de mujeres se reparten las tareas de descarozar aceitunas, freír carne y cebolla y pisar las papas para armar un pastel para el almuerzo.3
Pero la falta de proteínas no fue el único inconveniente, sino el más inmediato. Los operarios improvisados descubrieron con el comienzo de las obras que tampoco tenían capacitación técnica. El arquitecto Arriola recuerda que las primeras semanas le daba un plano al capataz y éste lo daba varias vueltas porque no sabía cómo mirarlo: “De a poco, fueron aprendiendo. Incluso algunas empresas que proveen materiales se animaron a dar cursos acá en la obra para que la gente supiera cómo usarlos”. Para certificar las nuevas capacidades de quienes trabajan en la obra, el MTL está negociando que la UTN (Universidad Tecnológica Nacional) evalúe y entregue títulos de plomeros, electricistas y soldadores a los hombres y mujeres que demostraron sus competencias en la obra para que, independientemente de los proyectos a futuro de la cooperativa, ellos tengan más herramientas a la hora de encontrar un trabajo.
“Si puedo seguir en alguna obra del MTL, mejor. Pero sino, creo que aprendí bastante. Fui ayudante de albañil, y ahora hago pintura. Primero los capataces me dejaban pintar sólo los marcos de las puertas, y después con el tiempo las aberturas. Ahora pinto lo que sea. Esto es como un colegio. Uno aprende todo. Y, sino es acá, conseguiré trabajo en otro lado”, cuenta Petronila Paredes, una peruana bajita de 45 años, que llegó a la Argentina hace 15. Limpiaba casas de familia y hace veinte meses cambió el trapo de piso y el plumero, por el rodillo y el pincel y con ellos logró el sueño de un sueldo fijo a fin de mes para que sus dos hijos adolescentes estudien. Su condición de jefa de hogar pesó lo suficiente como para que sus propios compañeros decidiesen en asamblea que ella va a ser una de las que se quede con los departamentos construidos.
Como ellas, muchos militantes vienen del otro lado de las fronteras. Algunos hace años que han tramitado la residencia o la ciudadanía, pero otros continúan siendo inmigrantes ilegales. Por eso el MTL está gestionando con el Registro Nacional de las Personas un furgón que se instale en la esquina de Iguazú y Cortejarena y otorgue el DNI argentino a todos los .trabajadores llegados desde los países vecinos.
Un capítulo aparte lo constituyen un puñado de seres llegados desde tierras lejanas. Sucede que para el movimiento las ideas de inclusión trascienden las fronteras de América Latina. Durante 2006 se incorporaron a la cooperativa tres refugiados de Europa del Este y dos procedentes de Haití. El puente lo hizo Myrar (Migrantes y Refugiados en Argentina) una ONG que ayuda a quienes llegan traídos por la violencia política y social a buscar un trabajo y le pidió apoyo al MTL. “Nos pareció que teníamos que ayudarlos, y se fueron incorporando de a poco. Nosotros nos les preguntamos de donde vienen ni que pasado traen. Por eso nos asombran cuando los escuchamos contar algunas cosas, porque a veces son historias tremendas”, explica Marisa, la vocera del movimiento. Beto prefiere un razonamiento más alegórico. “Acá hay gente de diversos orígenes: uruguayos, rusos, haitianos, peruanos, bolivianos y paraguayos. Después de todo, el Che Guevara nació en Argentina, peleó en Cuba y en Africa y murió en Bolivia. Nos une un enemigo común: que es el capitalismo”.
Subido a una escalera casi tan alta como él Gessner Dossier le da los últimos toques a la pintura del cielo raso. El látex blanco deja enormes manchas en su piel negra. “Llegué de Haití corrido por la violencia política después de que encontré mi casa quemada”, cuenta el estudiante de 26 años, que militaba en una organización de izquierda, vinculada al Partido Comunista de su país. Gessner llegó a Argentina en 2003 sin saber más que creole (la lengua criolla de Haití) y francés. “Trabajé dando clases de francés en un instituto y en algunas escuelas porteñas. Pero ganaba muy poco y no me alcanzaba para vivir. Acá sí puedo mantenerme solo”, dice exhibiendo una inmensa sonrisa.
Para la mayoría de ellos, nativos y extranjeros, que venían de changas y ocupaciones informales el ingreso a la obra les abrió la puerta al mundo de la gente bancarizada. “Cuando el número de operarios es importante y supera los siete empleados, no pueden cobrar en un sobre, y deben hacerlo a través de un cajero. Lo gracioso es que esta gente no tenía ninguna experiencia y cuando les entregamos la tarjeta y fueron al banco hicieron un desastre. Les costó un tiempo acostumbrarse a lo bueno, a ir al cajero automático, tener una obra social, aguinaldo, cobrar horas extras y tomarse unas vacaciones”, recuerda Marisa.
La convivencia diaria y la horizontalidad que propician los movimientos sociales, y en mayor medida el MTL, genera episodios casi grotescos como escenas de opereta por una taza de café. “¡Qué hija de puta!.¿Otro café?”, insulta una de las chicas de seguridad a otra que pasa con una enorme taza humeante en una mañana en la que el frío pela. “Sí. ¿Acaso es tuyo. ?”, es la respuesta inmediata.“Es de la cooperativa. Es de todos. Y nos estás sacando a todos”, contesta la primera preocupada por la propiedad colectiva. Dato a tener en cuenta: en la obra nadie toma mate. No corre entre los andamios pero tampoco en las oficinas. Hay café, mate cocido, facturas y galletitas de cereal. Incluso algunas mandarinas, pero ningún mate a la vista.

El camino de los sueños


Hacia el sur de la avenida Caseros, el barrio de Parque Patricios no es muy diferente de otras zonas fabriles de la ciudad de Buenos Aires y el conurbano. La crisis de los ’90 obligó a muchas de las fábricas características del barrio a bajar sus persianas. Los edificios que ocupaban quedaron vacíos o se convirtieron en depósitos. La poca gente que vive en la zona se acomoda en algunas casas bajas ubicadas entre los galpones.
Las casi dos manzanas delimitadas por las calles Cortejarena, Iguazú, Monteagudo y Famatina pertenecieron a una fábrica de pintura. Pero anteriormente también allí se faenó ganado vacuno, se apilaron contenedores repletos de productos importados, e incluso se quemó basura que llegaba de todos los puntos de la ciudad de Buenos Aires en carros tirados por caballos.
Sin embargo, dos años y medio atrás la zona empezó a cambiar. Las transformaciones empezaron a partir de la sanción de la ley 341, que en febrero de 2000 permitió que la Comisión Municipal de la Vivienda (rebautizada actualmente Instituto de Vivienda de la Ciudad) otorgase créditos para construir sus casas a familias necesitadas, tanto individualmente como agrupadas en cooperativas.1
El plan se denominó de autogestión de vivienda terminó de reglamentarse recién en 2003. Su nombre es casi ficticio ya que, por tratarse de la gestión de recursos estatales con el control y la supervisión de un organismo gubernamental, y no de fondos genuinos de las mismas organizaciones sociales, quizás sería más ajustado hablar de “cogestión”. Casi inmediatamente el MTL, una de las organizaciones que impulsó la ley y participó de su reglamentación, decidió canalizar sus demandas mediante ese programa del Gobierno porteño. Decididos a cambiar planes sociales por créditos productivos armaron una cooperativa y solicitaron ayuda para construir 326 viviendas en el barrio.
Los nuevos hogares que están siendo entregados a familias integrantes del movimiento son departamentos de uno, dos y tres ambientes. Forman un complejo de once torres de no más de tres pisos y que ocupan un terreno de 18 mil metros cuadrados que perteneció a Bunge y Born. Sólo la compra del terreno significó para los desocupados una pequeña victoria sobre uno de los principales grupos económicos de la Argentina. Incluso cuentan que el día de la compra los representantes de Bunge y Born prefirieron no reunirse con los dirigentes piqueteros y la firma del boleto se hizo por separado.
La obra costó en total 13.6 millones de pesos. Trabajaron en ella unas 370 personas que pertenecen a la agrupación piquetera y estaban desocupadas. Todas cobraron sueldos en blanco que arrancaban en 700 pesos y tuvieron obra social y ART. Como toda una declaración política, y para transformar las prebendas en emprendimientos productivos, el primer requisito para ingresar a la obra era renunciar al Plan Jefes de Hogar otorgado por el Gobierno Nacional.
La nueva cooperativa ni siquiera intentó disimular su pertenencia al Movimiento Territorial Liberación, un grupo piquetero relacionado con el Partido Comunista, que cuenta con unos 20 mil integrantes en todo el país. Por eso se autonombró “cooperativa Emetele”. “Nos llevó bastante tiempo presentar papeles y tasaciones varias, pero a fines de 2003 logramos un adelanto del crédito de 1.4 millones de pesos para comprar el terreno”, recuerda Carlos Chile, el principal referente de la agrupación, que hoy después de varios reagrupamientos y fracturas ocupa la secretaría de interior en la CTA Capital, Central de Trabajadores Argentinos y otros distintos cargos de las filiales de la gremial en toda la Argentina. El hombre moreno, de barba crecida, habla frente a los restos de su almuerzo, un plato repleto de cáscaras de mandarina. Aunque su verdadero apellido es “Huerta”, logró que la justicia electoral lo dejase cambiarlo por el del país donde estuvo exiliado algunos años y del que volvió tan entusiasmado que sus compañeros de militancia comenzaron a llamarlo “Chile”. Sus contactos con la nación trasandina parecen ir mucho más allá, ya que en 2006 el diario La Tercera de Santiago, lo mencionó como uno de los líderes piqueteros argentinos
que asesoraron a pobladores de Peñalolén, quienes luego tomaron tierras en la región.
De este lado de los Andes, Chile es capaz de cortar la avenida Paseo Colón para exigir al Ministerio de Trabajo que quienes cobran los planes sociales perciban también aguinaldo, como de poner sus conocimientos de mecánica al servicio de los efectivos de la comisaría 22, que se acercó a custodiar la demolición de la pared perimetral del complejo. “Y, si les puedo dar una mano, se las doy”, justifica Chile con la cabeza metida dentro del capot del patrullero, que se niega a arrancar. Una escena que sus compañeros no están habituados a ver, a juzgar por la hilaridad con que se asoman por cada una de las ventanas del complejo para no perderse detalles del intercambio de su líder con los representantes de la ley.
Chile sabe que una de las principales cartas de triunfo para lograr el crédito, además de su capacidad de movilización de la agrupación, fue el proyecto presentado, que llevaba la firma del estudio de arquitectos Pfeifer y Zurdo, con vasta experiencia en rubros más comerciales como la reconstrucción del Tren de la Costa y la remodelación de los shoppings Alto Palermo, Abasto de Buenos Aires y Patio Bullrich. La conjunción de una firma reconocida en el mundo del diseño urbano y un grupo de desocupados buscando su propio lugar en la ciudad no se dio por azar. Los unió el Instituto de Estudios del Hábitat Social (Idehas), un grupo de trabajo que funciona dentro de la Fundación Cenit, una organización del tercer sector liderada por Carlos Bruno, un ex embajador y Secretario de Relaciones Económicas Internacionales del Gobierno argentino que genera proyectos para la transformación económica y social de la Argentina. Pero en Monteagudo cuentan otra historia que tiene que ver con la época más oscura de la Argentina. Algunos de los socios del estudio vivieron exiliados en Europa durante la dictadura militar de los años setenta y allí tuvieron contacto con diversas experiencias en materia de vivienda social, que retomaron en el proyecto del MTL.
La participación del estudio, que tiene oficinas en un piso alto de Puerto Madero, en la obra de Patricios genera situaciones cuanto menos extrañas. “Son mundos muy distintos. Lo último que había hecho fue la construcción de dos hipermercados Coto en Temperley y José C. Paz. Y ahora estoy acá. Uno está acostumbrado a que se elabora el proyecto y después hay una empresa privada que lo realiza, y trata de poner materiales de calidad inferior para abaratar los costos. Acá viene el capataz y me trae los presupuestos para que yo elija lo mejor. Ellos saben que a lo mejor les toca vivir en alguno de los departamentos, por eso se preocupan porque queden bien”, se asombra Mauricio Arriola, el arquitecto del estudio Pfeifer al que le tocó en suerte convivir con los piqueteros durante el tiempo que duró la obra. Para Carmen la justificación sólo puede darse con términos marxistas: “Nosotros no generamos plusvalía como lo hacen los constructores privados. Basta con pagar los sueldos, y el resto va para conseguir los mejores materiales: sanitarios Ferrum, cocinas Longvie, cerámicos de primera calidad”, explica, sin poder sustraerse a la seducción de las marcas.
Después de hablar con los militantes del MTL los arquitectos idearon un complejo de edificios de tres pisos, con departamentos de uno a tres ambientes. “Quisimos viviendas a escala humana. Con un ambiente grande donde la familia pueda reunirse a comer y charlar. Y espacios para actividades comunitarias”, resume Chile, quien precisa que el barrio tendrá una guardería, diez locales comerciales y un salón de usos múltiples. En conjunto los militantes y los profesionales del tablero decidieron alejarse de los complejos que responden a modas arquitectónicas y no a necesidades reales de la gente. En palabras de Marrequieren enorme mantenimiento y como nadie lo hace se transforman en lugares de hacinamiento y marginalidad, se transforman en lugares donde los palieres no tienen luz, los ascensores no funcionan, etc. Un tipo que vive en Lugano tiene que subir 16 pisos, dos por escalera. Y por supuesto no va a bajar los 16 pisos para bajar la basura. La tira por la ventana. Necesitamos edificios bajos, con pocas unidades y más de un patio, para que la gente que vive en torno de ellos se sienta comprometida a cuidarlos, a ponerles macetas con flores y a disfrutarlos”.
Con el proyecto diseñado y el crédito acordado, pero ningún dinero en los bolsillos, en diciembre de 2003 unos 30 integrantes del MTL equipados con un cortafierro y un martillo abrieron el portón e ingresaron al predio de la calle Monteagudo. Lo primero que hicieron fue desmantelar unos tinglados de chapa que formaban parte de la vieja fábrica de pinturas. Con el producto de la venta del metal compraron más herramientas que actualmente guardan en un galpón alquilado de la calle Cortejarena. Durante la construcción de las torres que llevó unos 36 meses trabajaron en ellas 370 personas, muchas de ellas mujeres, equipadas con su ropa de trabajo y sus cascos de distintos colores: azules para los capataces, rojos para los oficiales y amarillos para los peones. Las chicas los llevan impecables. Los varones, prefieren pegarles calcomanías del MTL o su cuadro favorito, Boca Junior en su abrumadora mayoría.

La pesadilla de la casa propia

Las cifras que maneja el Instituto de la Vivienda de la ciudad hablan de 86 mil familias sin techo en Buenos Aires. Los legisladores de la oposición y algunas fundaciones estiman que el déficit alcanza a las 100 mil viviendas. La falta de un techo donde cobijarse en una ciudad donde la población es mayoritariamente de clase media afecta especialmente a los nuevos pobres, a quienes han perdido el trabajo y la oportunidad para superarse, o a los inmigrantes que llegaron en busca de un futuro mejor desde algunos de los países vecinos. Muchos de ellos se amontonan de a decenas por pieza en conventillos o directamente sueñan con épocas mejores guarecidos con cartones o frazadas mugrientas en algún umbral de la ciudad. Según las estadísticas que manejan las organizaciones sociales unos 9 mil hombres, casi 900 mujeres e innumerables chicos duermen en la calle o hacen cola cada día para encontrar un lugar donde apoyar la cabeza en los dos paradores ue tiene el gobierno porteño, uno en Parque Patricios y otro en Retiro, en las inmediaciones de la Villa 21. 1
El tema no es nuevo. Ni tampoco exclusivo de la ciudad. Se extiende más allá de la General Paz y generó diversas experiencias de hábitat popular como las tomas de tierras masivas que comenzaron en los 80. en la zona de Quilmes, con el apoyo de la Iglesia Católica y tomando como base el trabajo de las Comunidades Eclesiales de Base del Brasil. Estas prácticas dieron origen a asentamientos donde los vecinos toman la tierra, reparten las parcelas y construyen las casas, prescindiendo del Estado como proveedor. Quizás el ejemplo más conocido sea el del barrio El Tambo en La Matanza.2
Por eso no extraña que las quejas por problemas habitacionales hayan llegado a la Defensoría del Pueblo porteña. En su balance 2005 ese organismo da cuenta de que en ese período inició 551 actuaciones por la problemática de vivienda, contra 300 que se habían abierto durante 2004, es decir un 83,7% más. El mismo informe precisa que son muchas de las denuncias que revelan la insuficiencia o los problemas operativos de los programas oficiales, que en Buenos Aires están canalizados por medio del Instituto de Vivienda de la Ciudad (IVC).3
Según los últimos cómputos a los que se ha podido tener acceso, la tendencia se acrecentó durante el primer semestre de 2006 ya que 427 xpedientes, sobre un total de 3.760, fueron reclamos por viviendas. El tema ocupó el primer puesto del ranking de quejas seguido por las dificultades en el cobro de pensiones (436). Según un informe que elaboró la Defensoría gran parte de las quejas fueron realizadas por vecinos que viven en alguno de los nuevos asentamientos que se formaron en la ciudad y no tienen agua potable ni cloacas. 1
Quizás por eso, el tema de la vivienda fue una de las reivindicaciones que los desocupados y los integrantes de los movimientos de protesta que surgieron en la Argentina a mediados de la década del 90 hicieron propias. Después de los primeros cortes de rutas en busca de planes de ayuda social y bolsones de comida para paliar el hambre más urgente, los hombres y mujeres que protagonizaban las movilizaciones afianzados en organizaciones sociales que, a raíz de los cortes, fueron bautizadas como “piqueteras” se ocuparon de sus otras necesidades. Así, a lo largo de sus diez años de historia (iniciados con los cortes ocurridos en Cutral Co en 1996), surgieron roperos y huertas comunitarias, y grandes y pequeños emprendimientos productivos generados con el dinero de los subsidios sociales que recibía cada participante y que sirvieron para generar un ingreso genuino.
Según cuentan Maristella Svampa y Sebastián Pereyra en su libro Entre la ruta y el barrio entre estas organizaciones surgió el MTL, un movimiento ligado al Partido Comunista argentino liderada por militantes a los que la crisis de 2001 tomó haciendo trabajo social en algunos barrios del conurbano y la ciudad de Buenos Aires. En 1998, estos referentes se integraron a la FTV, Federación por la Tierra y la Vivienda con el apoyo del sector interno de la CTA (la central sindical alternativa de la Argentina) que adhiere al Partido Comunista Pero el MTL se presenta en sociedad y hace su primera aparición pública el 23 de julio de 2001 durante la II Asamblea Piquetera de La Matanza y se integra al Bloque Piquetero nacional con otros movimientos sociales. Pero cuestiones políticas e ideológicas lo separan del Bloque y le hacen tener con la CTA relaciones de amor y odio que hicieron que en diciembre de 2002 sus dirigentes se retirasen de la central obrera rompiendo sus carnets públicamente pero en 2006 apoyasen a la nueva conducción y lograsen instalarse en la secretaría de interior de la central obrera.1
Desde su formación el movimiento tuvo representantes en la ciudad de Buenos Aires. Carmen Cirano es la encargada de la comisión de vivienda y como tal se enorgullece de haber fatigado las calles porteñas buscando soluciones para los “sin techo”. “Nosotros trabajamos en el tema vivienda en la ciudad de Buenos Aires desde que se creó la agrupación en 1996. Al principio ayudamos a alguna gente a resistir desalojos y creamos casas colectivas en las cuales algunos compañeros comparten cocina, baño y patios y no tienen que acomodarse solamente en una pieza como en los conventillos. Por eso nos enteramos enseguida de la sanción de la ley y nos propusimos conseguir un crédito para avanzar un paso más y lograr que alguna de nuestra gente pudiese hacerse la casa propia”, resume Cirano. Carmen no se llama Carmen. Su nombre es Marisol, pero adoptó el nombre de su abuela y el de la protagonista de la ópera de Bizet, todo un síComo quiera que se llame la mujer no necesita apuntes ni archivos de texto. Es capaz de recitar como si fuesen una letanía los episodios de resistencia a los desalojos en los que colaboró el movimiento. Recuerda no solo las historias sino también las direcciones de cada bastión de lucha: “Ayacucho 132 , creo que fue en una época un ateneo de la Unión Cívica Radical. La policía rompió todo para sacar a la gente que estaba viviendo ahí. Pero aguantamos, los sacamos y recobramos el lugar. También en Ayacucho 286 donde un hombre se aferró a una garrafa de gas y amenazó con volarse si no sacaban de la casa donde vivía. Salió en televisión y todo. Y hubo otros: Independencia 3444, y varios en La Boca: Usares 630 y Suárez 1600. Castelli 286, Corrientes 2115 y 2450 en el Once. Participamos en la lucha de PADELAI, el ex patronato de la infancia donde querían echar a la gente que vivía allí hace años y expresamos nuestra solidaridad con el asentamiento de Costanera Sur.”
Cirano detalla otras etapas de la lucha como los alquileres transitorios o las casas colectivas, donde las familias compartían cocina, baño y patio y se organizaban para pagar entre todas el agua y los impuestos. De estas últimas el movimiento llegó a tener unas 18 donde vivían 220 familias. “La gente de MTL Capital llegan por necesidad. No vienen formados, por cuestiones de coincidencia ideológica. Se acercan porque ven en la organización una herramienta para solucionar un problema”, se sincera.mbolo de la rebeldía, al calor de las luchas por impedir los desalojos.

Barrio de tango

arrio de tango, luna y misterio, Parque Patricios duerme un sueño plácido en que evoca mejores épocas, recostado al sur de la ciudad de Buenos Aires. Quizás recuerda que supo ser la cuna de un boxeador famoso Oscar “Ringo” Bonavena y de más de un tanguero de ley pero que el tiempo no le ha dejado siquiera una tanguería de esas que florecen en La Boca, Barracas y San Telmo. Pero que, gracias a su perfil industrial también creció ligado a la historia del movimiento obrero argentino. En sus calles se desarrollaron en 1919 los sucesos de la Semana Trágica, en la que el Gobierno del presidente radical Hipólito Yrigoyen reprimió a los trabajadores que hacían huelga pidiendo mejores condiciones de trabajo en los Talleres Vasena. En una esquina frente al parque que da nombre al barrio se construyó a principios del siglo XX y aún existe la primera casa colectiva para obreros que llevó el nombre de Valentín Alsina y concretó los proyectos de vivienda económica que impulsó el diputado conservador Juan Cafferata.
En los albores del siglo XXI aquel enclave de la industria en el sur de Buenos Aires no es más que un conglomerado de fábricas abandonadas y galpones convertidos en depósitos de empresas de transporte. Pero algo de aquel espíritu transformador de la clase trabajadora sigue vivo y lo convirtió en el escenario de la primera experiencia de autogestión de vivienda de la ciudad de Buenos Aires. Ya está terminado y será inaugurado en marzo de 2007 un barrio de 326 viviendas que el Movimiento Territorial Liberación, una organización de desocupados que ganó notoriedad pública y espacio en las portadas de los diarios por participar de piquetes y cortes de ruta, ideó, y construyó con un propósito múltiple: solucionar la falta de vivienda que afecta a muchos de sus miembros, ofrecerlos un empleo y capacitarlos en un oficio para que tuviesen mejores herramientas para reinsertarse en el mercado laboral.

Introducción

Se hicieron visibles a partir de sus peculiares métodos de protesta: cortes de rutas y calles de las ciudades del interior de la Argentina. Pero el fenómeno de los piqueteros también se manifestó en la ciudad de Buenos Aires, donde canalizaron demandas de trabajo, alimento y también vivienda. Sin embargo, desde diciembre de 2003 un grupo de desocupados pertenecientes al Movimiento Territorial Liberación logró acceder a un crédito del Gobierno porteño para construir departamentos para sus integrantes en el barrio de Parque Patricios. El proyecto que quedó concluido en enero de 2007 significó no sólo la solución del problema de vivienda para 326 familias del movimiento, sino la posibilidad de capacitarse y reinsertarse laboralmente para los trabajadores que participaron de la obra.
Aunque los emprendimientos de este tipo se han extendido a lo largo de todo el país el objetivo del presente trabajo es el análisis en profundidad de la primera experiencia de autogestión de vivienda protagonizada por piqueteros que tuvo lugar en la ciudad de Buenos Aires. Además de describir el proyecto y a sus protagonistas se intentará describir los mecanismos institucionales y también políticos que hicieron posible la concreción del barrio.
Al mismo tiempo, introduciendo conceptos provenientes del campo de las Ciencias Sociales, la hipótesis que guiará la investigación será que el proyecto de construcción del barrio piquetero significa para los desocupados una experiencia de autogestión que además de implicancias económicas en el sustento de los trabajadores que participan de la cooperativa, tiene implicancias políticas, ya que significa un avance en el camino hacia una economía social entendida en los términos en los que las definió Coraggio: “Esta economía es social porque produce sociedad y no sólo utilidades económicas, porque genera valores de uso para satisfacer necesidades de los mismos productores o de sus comunidades y no está orientada por la ganancia y la acumulación de capital sin límite”.1
Para dotar de un marco teórico a la presente indagación desde el punto de vista periodístico se recurrirá a las preceptivas sobre periodismo de investigación que enunció, entre otros Daniel Santoro, y a la definición de una nueva disciplina ligada a la búsqueda de soluciones para los problemas de la sociedad: el periodismo social, que esbozó Cytrynblum.2
Al mismo tiempo, por tratarse de la descripción y el abordaje de fenómenos sociales, se considerará el concepto de autogestión que Marx y Engels definieron como el autogobierno de los trabajadores asociados, quienes controlan el excedente, un sistema de trabajo característico de las cooperativas surgidas en el período capitalista, que está llamado a sustituir al régimen de trabajo asalariado.3
En este mismo sentido no podrán dejarse de lado las teorizaciones sobre el tema que constituyen uno de los pilares del pensamiento anarquista. Quienes, desde Proudhon entienden por autogestión “la toma de posesión de la tierra y los instrumentos de trabajo por parte de la comunidad laboral y la dirección económica y administrativa de la empresa en manos de la asamblea de los trabajadores, sino también la coordinación de las empresas entre sí”.
Pero más allá de las posibles justificaciones teóricas que pueda tener este proyecto, en última instancia el objetivo central del presente trabajo será describir la matriz múltiple que tiene la construcción del emprendimiento del primer barrio piquetero en la ciudad de Buenos Aires y determinar si como define Bidaseca: “Estos proyectos productivos tienen, además de la necesidad alimentaria inmediata, un doble objetivo: la autonomía, es decir, la posibilidad de generar proyectos de economía colectiva o solidaria como sus protagonistas la definen y, por otro lado, una búsqueda hacia la recuperación de lo humano, a la sociabilidad y a reconstruir el tejido de la comunidad”.
Dicho de otro modo la hipótesis que guiará esta aproximación al fenómeno de la autogestión piquetero será que el proyecto, con sus virtudes y sus falencias, le da a la organización la posibilidad de responder a necesidades concretas de sus miembros, pero también autonomía económica, y una inserción en el tejido social que también tiene su correlato en el entramado urbano.

A modo de presentación



Hace tres años cursé la Maestría en Periodismo que organizan conjuntamente la Universidad de San Andrés y el diario Clarín. Uno de las tareas que realizamos en las clases fue realizar la cobertura de un barrio de la ciudad de Buenos Aires. Como soy cuerva fanática quiso la suerte que me tocase seguir las vicisitudes de Parque Patricios, la cuna del club Huracán.
Caminando por las calles del barrio descubrí un complejo de viviendas que estaban edificando un grupo de piqueteros del Movimiento Territorial de Liberación. Ese fue el tema que elegí para hacer la tesis al que le dediqué poco más de un año y medio.
Este blog intentará reunir los fragmentos más significativos de mi tesis. Me gustaría que fuesen un aporte a la discusión sobre la autogestión y la posibilidad de trasngormar la protesta social en un motor de cambio.