viernes, 26 de diciembre de 2008

Protestas y propuestas

Cumpliendo con una tradición política o simplemente siguiendo un impulso que los llevó a buscar una solución concreta a sus necesidades, muchos de los desocupados que trabajaron en el proyecto Monteagudo ya son propietarios de las casas que construyeron con sus manos. Mientras duró la obra, los miércoles, el patio principal del complejo se convertía en escenario de asambleas multitudinarias donde hombres, mujeres y algunos chicos discutían los criterios para atribuir las viviendas. Entre las variables a tener en cuenta surgieron inevitablemente la cantidad de hijos, la situación de hacinamiento, y que se trate de habitantes de la ciudad de Buenos Aires. Aunque muchos nacieron en alguna provincia del interior, o incluso en países limítrofes los propietarios de las casas de Monteagudo no llegan desde el conurbano. Según sus relatos, la mayoría se acomodan como pueden con sus familias en conventillos o piezas alquiladas en Patricios, la Boca, Pompeya, Montserrat o algún otro barrio del sur. Otros viven en alguno de los asentamientos que se multiplicaron en Buenos Aires en los últimos años.
Ahora que ya pueden disfrutar de sus casas la idea es que cada familia pague la suya (que tendrá un costo aproximado de 42 mil pesos) en cuotas, en un plazo de 30 años. El cálculo es que ninguna pagará más de $ 250 mensuales. Pero en la agenda del MTL la construcción de la calle Monteagudo no ha sustituido el piquete. Sólo obligó a la agrupación a comprimir los tiempos, para seguir participando de los cortes, sin retrasar el avance de los proyectos. Para Beto González, uno de los dirigentes del movimiento se trata de una cuestión de organización: “El derecho a peticionar está en la Constitución y no negociamos un derecho a cambio de otro. Tratamos de rotarnos para que algunos trabajen y otros participen de las marchas. Esta semana hicimos una por la estatización de YPF a la embajada de Bolivia, y otra en recuerdo de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, dos compañeros que murieron en Avellaneda”, contó González en julio de 2006. Por esa época, en plena euforia mundialista, en el complejo no había ningún televisor a la vista, ni siquiera en el comedor, y tampoco se oía la radio, como si los operarios-piqueteros no pudiesen permitirse ninguna distracción. Ante el asombro de los visitantes, la gente del MTL contaba que habían resuelto en asamblea detener el trabajo sólo para los partidos importantes de Argentina. Esos días alguno de los dirigentes traía un televisor de su casa y todos los operarios se congregaban en el comedor envueltos en banderas y gorros celeste y blanco.
Con la obra casi terminada y las invitaciones para la inauguración impresas, con la fecha 5 de febrero de 2007, los militantes seguían percibiendo a la protesta como el único modo de obtener respuestas a sus pedidos. “Necesitamos que Edesur nos ponga los medidores y nos conecte la luz, para hacer la vereda y tener el final de obra. Pero está pedido por los arquitectos hace un mes y medio, y por más que llaman y llaman no vinieron a hacerlo. Incluso intercedió el Ministro de Obras Públicas porteño, Juan Pablo Schiavi, y tampoco logramos la luz. Así que nos fuimos unos cuantos compañeros y cortamos la calle frente al edificio de Edesur, en Montserrat. Hubo un amontonamiento, se rompió un vidrio. Seguro que van a decir que lo hicimos a propósito. Pero en realidad, ante la presión, nos hicieron pasar, y prometieron poner el medidor. Es triste tener que recurrir a estos métodos, pero son los únicos que alguna gente entiende”, analizó una de las dirigentes, a fines de enero de 2007.
La persistencia en la acción de protesta genera una dualidad entre interrumpir el tránsito para hacer demandas al gobierno nacional o de la Ciudad, y administrar recursos de este último para solucionar el problema de la vivienda hace tiempo que ha dejado de generar conflicto en los integrantes del movimiento. “Fue motivo de grandes debates. Se fue dando un proceso de acostumbramiento. En 2000 y 2001 algunos grupos que se transformaron después en piqueteros e integran el Bloque Piquetero, ligado al Polo Obrero, tuvieron que decidir si aceptaban planes sociales o seguían con la cultura típica de la izquierda argentina y decidieron que era necesario reclamar y aceptar políticas públicas para paliar la situación de las capas populares y también para tener la oportunidad para organizarse. Hoy nadie discute que el acceso al recurso es clave para la supervivencia y que las capas sociales quieren organización popular en cualquier instancia”, analiza el sociólogo Astor Massetti, autor del libro Piqueteros. Protesta social e identidad colectiva e investigador del área de Cambio Estructural y Desigualdad Social del Instituto Gino Germani de la Universidad de Buenos Aires.1
“Ahora le pelea no es sólo por la vivienda. Es por recuperar la cultura del trabajo. Y el trabajo siempre comienza por la producción. Nosotros ya criamos conejos, chanchos, gallinas. Tenemos huertas, fábrica de juguetes de madera, tejedoras, un emprendimiento agrario en Chaco, una mina en Jujuy y ahora esta cooperativa que funciona como empresa constructora”, traduce Chile, en palabras de líder, introduciendo un concepto que para las organizaciones parece haberse vuelto casi más importante que el de protesta o solución de necesidades: el de autogestión como camino para la generación de ingresos genuinos. O quizás, como respuesta a la exhortación del ministro Aníbal Fernández quien después de una marcha piquetera criticó a los desocupados por la protesta del viernes: “Tienen que ir a laburar y dejarse de embromar con estas cosas. Aunque no sea trabajo genuino como están buscando, podrían encontrar (trabajo) en cooperativas, en huertas, en panaderías”. 1
Y el camino que se marcó la cooperativa Emetele es el de convertirse en una empresa constructora: De hecho ya trabajan en un par de obras en el Barrio Rivadavia, en el Bajo Flores, y un edificio de departamentos en Parque Avellaneda y fueron contratados por Green, una empresa que ganó una licitación del gobierno porteño para construir viviendas. Incluso, ya acordaron con el Instituto de Vivienda una segunda etapa del complejo Monteagudo que comprenderá otras 180 casas en un terreno cercano. “En realidad llegamos a la autogestión en el marco de la supervivencia, pero quizás puede convertirse en una posibilidad de construir un modelo alternativo”, especula Chile, quien supo ser candidato a legislador porteño por una alianza del Partido Comunista, sin mayor fortuna.

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