viernes, 26 de diciembre de 2008

Las chicas al frente

Petronila y Yamila no son ejemplos aislados, ni amazonas que se adentraron en un mundo netamente masculino. De los 370 trabajadores, 80 son mujeres. Algunas se encargan de cocinar y servir el almuerzo, pero otras hacen tareas menos tradicionales: albañilería, pintura, colocación de azulejos y seguridad. “En la construcción yo no estaba acostumbrado a trabajar con mujeres. Ellas no quieren que las trates de modo especial ni les des tareas livianas. Es una linda experiencia. Son muy buenas para las terminaciones y muy prolijas. Hoy en los trabajos de pintura, soldado y albañilería tenemos unas 50”, vuelve a asombrarse el arquitecto Arriola.
En el movimiento ya nadie se asombra de ver a las chicas participando en piquetes, cargando bolsas de arena o empuñando la pala. Carmen Cirano, la “chica” de la Comisión de Vivienda, mientras regatea precios y pelea entregas con los muchachos de los corralones lo explica a su modo “Las mujeres fuimos el motor de ese proyecto porque los hombres se ponen mal cuando se quedan sin empleo y nosotras tuvimos que hacernos cargo”.

“En la Argentina se dio que las mujeres ocuparon los lugares que los hombres dejaban vacantes en la familia. Por eso ellas salieron a pelarla y son mayoría en las organizaciones sociales”, coincide Massetti.1 “No es posible ignorar que más de la mitad de las adherentes y militantes de las organizaciones piqueteras son mujeres, muchas de ellas sin experiencia política ni trayectoria laboral en el mercado de trabajo formal. Sin embargo, sobre las mujeres reposa gran parte de la organización administrativa y laboral, sin contar que muchas de ellas tienen un rol fundamental en otras tareas, tradicionalmente masculinas, como la seguridad.”, reflexionan Svampa y Pereyra.2
Una conversación que se oye al azar, entre una de las chicas que hace la vigilancia de la puerta de ingreso y un compañero da indicios sobre los cambios que estas experiencias están produciendo en el seno de las familias:“Empecé a trabajar porque había un lugar en la seguridad, donde son todas mujeres. Mis chicos ser quedan con el padre y para ellos es muy raro. Se la pasan preguntando cuándo llega mamá. Pero alguien tiene que llevar un sueldo”, cuchichea a un hombre que cualquier capataz hubiese considerado demasiado viejo para trabajar en la construcción, pero encontró su espacio en la obra de la calle Monteagudo. “A veces la gente se ríe cuando le explico que trabajo en una obra en construcción y que soy soldadora. Pero se dio así y gano mejor que limpiando casas de familia. Acá me tratan muy bien y a mi novio no le importa”, cuenta Yamila Ramírez, una de las más jóvenes del plantel que dejó su pueblo de Jujuy y a su familia para llegar a la obra del sur de Buenos Aires .atraída por la promesa de una tía que trabaja en la obra y le ofreció trabajo para mantenerse mientras cumplía el sueño de estudiar enfermería. Por ahora se entretiene con un curso de computación, pero, sabedores de su inclinación por los temas sanitarios, y, con tal de tenerla cerca, algunos muchachos del movimiento ya la invitaron a las reuniones de la comisión de Salud.

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