viernes, 26 de diciembre de 2008

Los protagonistas


Muchos de los integrantes del MTL fueron militantes de los setentas y se enorgullecen de su tradición en el trabajo barrial. Otros, simpatizaron con la metodología del corte de calles o rutas, después de la crisis de 2001. Por eso, en los andamios de la obra o más aún a la hora del almuerzo en el gran comedor, se intercambian historias y experiencias como la de Beto (40), zapatos toscos, overol azul, arito de madera en la oreja, que integró la “Fede” (Federación Juvenil Comunista) o la de Yamila (18), quien asegura no entender demasiado de política: “Los demás me explican. Y me invitan a las asambleas. A los piquetes también voy, porque sé que se piden cosas para todos”, aclara la chica cuyos ojos verdes fueron nominados como “los más lindos de la obra”.
En el ámbito académico nadie se extraña de que convivan tanto en el proyecto como en cualquier acción de protesta gente que milita desde hace años y otra que es incapaz hasta de repetir las consignas. “En todos los movimientos sociales tanto sindicales, piqueteros, estudiantiles hay círculos o anillos de compromiso. Un anillo más duro que es el posiblemente más acuerdo ideológicos tengan que es el de los dirigentes. Una periferia con un acuerdo que no necesariamente es ideológico sino que puede ser en términos de estrategia y un tercer anillo que es el de aquellos que tienen planes y es el más grande. Este grupo posiblemente no esté muy ideologizado pero va porque el nivel más bajo de politización es una necesidad básica insatisfecha. Y eso no le quita legitimidad porque lo que uno ve en la historia de los movimientos sociales de Europa y también de Argentina que todos los círculos periféricos van adquiriendo grados de politización en estos espacios de socialización que son los piquetes”, describe Ana Natalucci, coordinadora del Grupo de Estudio sobre protesta social del Instituto Gino Germani.1
Sin embargo, lo que parece unirlos a todos, los militantes de antaño y los recién llegados, es la condición de desocupados. “Yo trabajé en un laboratorio fotográfico. Y después hice transportes con una camioneta. Pero se me rompió y no pude seguir. Armamos un emprendimiento de juguetes de madera con unos compañeros, pero estaba sacando $ 5 por semana en un puestito en la Feria de Mataderos. Mi mamá me echó de mi casa porque no tenía trabajo y andaba militando, y no tenía plata para ir a visitar a mis hijas que viven en la Costa”, vuelve a franquearse Beto, que hoy se ocupa de los pedidos de materiales en el pañol y cuenta con un sueldo para pagar el alquiler de la pieza en la Boca, donde vive, y aprovecha las vacaciones para traer a sus dos nenas a ver dónde trabaja papá. “En el verano organizamos una colonia para que los hijos de los compañeros que trabajan y no tienen donde dejarlos estén cuidados y entretenidos” cuenta el hombre que está convencido de que todo está previsto en el movimiento al que pertenece. “Hace algunos meses la fui a buscar a mi vieja y la traje acá. La hice pasear por el barrio. Ese día sentí que estaba orgullosa de mí”, dice sin ocultar las lágrimas.2
“Los más jóvenes nunca habían tenido un trabajo fijo. Los viejos sí. Pero se habían desacostumbrado. Los primeros días faltaban. Se enfermaban. Les dolía todo. No estaban preparados para el esfuerzo físico. Después le fuimos encontrando la vuelta. La gente venía de estar mal alimentada porque pasó un largo tiempo inactiva, comiendo lo que podía o encontraba. Hubo que preparar un menú específico en el comedor, con proteínas, para que tuviesen fuerzas para el trabajo”, recuerda Chile, mientras en la cocina, un grupo de mujeres se reparten las tareas de descarozar aceitunas, freír carne y cebolla y pisar las papas para armar un pastel para el almuerzo.3
Pero la falta de proteínas no fue el único inconveniente, sino el más inmediato. Los operarios improvisados descubrieron con el comienzo de las obras que tampoco tenían capacitación técnica. El arquitecto Arriola recuerda que las primeras semanas le daba un plano al capataz y éste lo daba varias vueltas porque no sabía cómo mirarlo: “De a poco, fueron aprendiendo. Incluso algunas empresas que proveen materiales se animaron a dar cursos acá en la obra para que la gente supiera cómo usarlos”. Para certificar las nuevas capacidades de quienes trabajan en la obra, el MTL está negociando que la UTN (Universidad Tecnológica Nacional) evalúe y entregue títulos de plomeros, electricistas y soldadores a los hombres y mujeres que demostraron sus competencias en la obra para que, independientemente de los proyectos a futuro de la cooperativa, ellos tengan más herramientas a la hora de encontrar un trabajo.
“Si puedo seguir en alguna obra del MTL, mejor. Pero sino, creo que aprendí bastante. Fui ayudante de albañil, y ahora hago pintura. Primero los capataces me dejaban pintar sólo los marcos de las puertas, y después con el tiempo las aberturas. Ahora pinto lo que sea. Esto es como un colegio. Uno aprende todo. Y, sino es acá, conseguiré trabajo en otro lado”, cuenta Petronila Paredes, una peruana bajita de 45 años, que llegó a la Argentina hace 15. Limpiaba casas de familia y hace veinte meses cambió el trapo de piso y el plumero, por el rodillo y el pincel y con ellos logró el sueño de un sueldo fijo a fin de mes para que sus dos hijos adolescentes estudien. Su condición de jefa de hogar pesó lo suficiente como para que sus propios compañeros decidiesen en asamblea que ella va a ser una de las que se quede con los departamentos construidos.
Como ellas, muchos militantes vienen del otro lado de las fronteras. Algunos hace años que han tramitado la residencia o la ciudadanía, pero otros continúan siendo inmigrantes ilegales. Por eso el MTL está gestionando con el Registro Nacional de las Personas un furgón que se instale en la esquina de Iguazú y Cortejarena y otorgue el DNI argentino a todos los .trabajadores llegados desde los países vecinos.
Un capítulo aparte lo constituyen un puñado de seres llegados desde tierras lejanas. Sucede que para el movimiento las ideas de inclusión trascienden las fronteras de América Latina. Durante 2006 se incorporaron a la cooperativa tres refugiados de Europa del Este y dos procedentes de Haití. El puente lo hizo Myrar (Migrantes y Refugiados en Argentina) una ONG que ayuda a quienes llegan traídos por la violencia política y social a buscar un trabajo y le pidió apoyo al MTL. “Nos pareció que teníamos que ayudarlos, y se fueron incorporando de a poco. Nosotros nos les preguntamos de donde vienen ni que pasado traen. Por eso nos asombran cuando los escuchamos contar algunas cosas, porque a veces son historias tremendas”, explica Marisa, la vocera del movimiento. Beto prefiere un razonamiento más alegórico. “Acá hay gente de diversos orígenes: uruguayos, rusos, haitianos, peruanos, bolivianos y paraguayos. Después de todo, el Che Guevara nació en Argentina, peleó en Cuba y en Africa y murió en Bolivia. Nos une un enemigo común: que es el capitalismo”.
Subido a una escalera casi tan alta como él Gessner Dossier le da los últimos toques a la pintura del cielo raso. El látex blanco deja enormes manchas en su piel negra. “Llegué de Haití corrido por la violencia política después de que encontré mi casa quemada”, cuenta el estudiante de 26 años, que militaba en una organización de izquierda, vinculada al Partido Comunista de su país. Gessner llegó a Argentina en 2003 sin saber más que creole (la lengua criolla de Haití) y francés. “Trabajé dando clases de francés en un instituto y en algunas escuelas porteñas. Pero ganaba muy poco y no me alcanzaba para vivir. Acá sí puedo mantenerme solo”, dice exhibiendo una inmensa sonrisa.
Para la mayoría de ellos, nativos y extranjeros, que venían de changas y ocupaciones informales el ingreso a la obra les abrió la puerta al mundo de la gente bancarizada. “Cuando el número de operarios es importante y supera los siete empleados, no pueden cobrar en un sobre, y deben hacerlo a través de un cajero. Lo gracioso es que esta gente no tenía ninguna experiencia y cuando les entregamos la tarjeta y fueron al banco hicieron un desastre. Les costó un tiempo acostumbrarse a lo bueno, a ir al cajero automático, tener una obra social, aguinaldo, cobrar horas extras y tomarse unas vacaciones”, recuerda Marisa.
La convivencia diaria y la horizontalidad que propician los movimientos sociales, y en mayor medida el MTL, genera episodios casi grotescos como escenas de opereta por una taza de café. “¡Qué hija de puta!.¿Otro café?”, insulta una de las chicas de seguridad a otra que pasa con una enorme taza humeante en una mañana en la que el frío pela. “Sí. ¿Acaso es tuyo. ?”, es la respuesta inmediata.“Es de la cooperativa. Es de todos. Y nos estás sacando a todos”, contesta la primera preocupada por la propiedad colectiva. Dato a tener en cuenta: en la obra nadie toma mate. No corre entre los andamios pero tampoco en las oficinas. Hay café, mate cocido, facturas y galletitas de cereal. Incluso algunas mandarinas, pero ningún mate a la vista.

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